Las memorias de Lisa Brennan-Jobs: del cariño a la crueldad que recibió de su padre, Steve Jobs
Cuando tenía once años, Lisa Bennan-Jobs se animó a preguntarle a su padre, el magnate informático y cofundador de Apple, Steve Jobs, si había bautizado a la precursora de la Macintosh que la empresa había lanzado días después de su nacimiento como “Lisa” en su honor, pero él le respondió que la inspiración había sido una vieja ex novia.
Aquella desilusión infantil condensa el aire de confesión, denuncia y reconciliación que sobrevuela la trama de Mínimos peces, la novela autobiográfica y de aprendizaje que recrea con matices el vínculo sinuoso con su padre y la historia de una familia en la California hippie de los ochenta.
Tras la muerte de su padre en 2011, a los 56 años por una complicación de un cáncer de páncreas, y para recuperar un anecdotario que le permitiera dar cuenta del álbum familiar de su infancia, Brennan-Jobs regresó a Silicon Valley y se entrevistó con familiares, vecinos, amigos y con los exnovios de sus padres. Periodista, escritora, traductora y con una carrera de grado en Harvard, en 2018 publicó Small fry, que ahora edita Edhasa bajo la traducción de Mínimos peces.
“Small fry” era la forma en la que Jobs llamaba a Lisa y, si bien puede entenderse como el cariñoso “pececito”, también tiene un matiz burlón, “papa frita” o “don nadie”. Es justamente en ese terreno ambiguo, que iba del cariño genuino a la crueldad calculada, en el que se dio el vínculo entre ellos.
Jobs y Chrisann Brennan se conocieron en la secundaria, vivieron juntos un tiempo en una cabaña y compartieron la etapa fundacional y mítica de Apple. Cuando él se enteró que ella estaba embarazada, se enojó y le retiró la palabra. Chrisann renunció a la empresa y se recluyó en una granja de Oregon, en la que nació Lisa en 1978 con la ayuda de dos parteras. Los primeros años vivió con su madre gracias a la ayuda de los Servicios Sociales y sorteando trece mudanzas. En 1980, el fiscal de California demandó a Jobs por el pago de los gastos de manutención infantil.
“Es famoso. Inventó una computadora. Vive en una mansión y maneja un Porsche descapotable. Compra uno nuevo cada vez que se lo arañan”, se jactaba Lisa ante sus amigos de la escuela primaria para presentar a su padre a quien, por entonces, solo veía durante paseos de patín por las calles de Palo Alto y visitas de imprevisto.
Tras una prueba de ADN que confirmó el más alto grado de emparentamiento genético y luego de que Apple comenzara a cotizar en la bolsa, el caso se cerró de forma abrupta. Jobs, quien entonces tenía treinta años y una fortuna de 200 millones de dólares, decidió que era momento de reconocer a su hija de siete años: “Soy tu padre. Y soy una de las personas más importantes que vas a conocer en tu vida”, le dijo.
Con los años, las cosas cambiaron. Compartieron vacaciones, él se involucró en su educación y le pidió que se mudara a la casa que compartía con su esposa y sus otros tres hijos.
Cuando se publicó el libro, muchos esperaron que el texto revelara los trapos sucios de Jobs, famoso, multimillonario, enigmático y talentoso. Pero el contrato de lectura de Mínimos peces es otro.
“Quise escribir este libro a pesar de que involucraba a una persona tan famosa, no son las memorias de la hija de una celebridad. Me interesaba contar la historia de una familia y de una chica que creció en los ochenta y los noventa en California porque si de verdad lograba hacerlo iba a conseguir una historia universal”
Brennan-Jobs en una entrevista con a The New Yorker
Acostumbrada a escribir ensayos y notas periodísticas, para la autora no fue sencillo abordar el proyecto. Al principio, sentía que -al igual que en su propia vida- desaparecía del texto.
Según contó, se inspiró y le sirvió leer Vida de este chico, las memorias del escritor norteamericano Tobias Wolf: “Cuanto más cruel, errático y malo era el joven Wolf, yo más lo quería”. Al adoptar esa clave, la joven asumió el desafío literario con un texto lúcido e íntimo, con personajes bien delineados y clima de época. Se permitió, como antes lo había hecho Wolf, contar sus miserias: que había robado objetos de la casa de su padre mientras él agonizaba en una habitación, que sentía vergüenza de su madre o que durante años había reclamado atención de una forma desmedida como si eso pudiera solucionar la indiferencia paterna durante sus primeros años de vida.
Pero también le permitió contar en qué medida su padre había sido cruel con ella: el fundador de Apple y NeXT se negó a poner calefacción en su habitación para fortalecer su carácter, le pidió que dejara de ver a su madre durante seis meses “para adaptarse a la nueva familia”, se comunicaba de forma lacónica, y evitó pagar su último año en Harvard aún sabiendo que no le darían una beca por pertenecer a una familia rica. Ese anecdotario, sin embargo, lejos de construir el inventario del “hombre malo” permite acceder a las limitaciones de su padre y a las luces de su propia historia.
“La idea de que le había puesto mi nombre a su primera computadora se mezclaba con la imagen que yo tenía de mí misma. Solía aferrarme a esta idea cuando, al estar con él, me sentía insignificante”, cuenta en el libro sobre cómo aquella computadora la obsesionaba.
Fue Bono, el líder de U2, quien durante un almuerzo en su casa al sur de Francia volvió a preguntarle a Jobs, acompañado por sus tres hijos, si había bautizado a la computadora con el nombre de su primogénita. “Efectivamente”, reconoció él con la mirada fija en el plato. Lisa, años después, comprendió por qué su padre había esperado ese escenario y tantos años para resolver el enigma que la obsesionaba: “Era como si los famosos necesitaran a otros famosos cerca para confesar sus secretos”.
Heredera de un apellido, pero lejos de esa casta, Brennan-Jobs inicia ahora un recorrido propio en la escena pública con este primer libro donde comparte su intimidad y su mundo.