Secuelas educativas de la pandemia: regresión y estancamiento en muchos chicos
Después de un año y medio de pandemia, y casi 10 meses de escuelas cerradas en este período a causa de las restricciones para frenar los contagios de Covid-19, es difícil medir en números las secuelas educativas derivadas de esta situación epidemiológica extraordinaria.
Sin embargo, la percepción es que la educación remota y la intermitencia (una semana en el aula y otra en casa) está generando retrasos emocionales en algunos niños que comienzan el proceso de alfabetización y, también, un estancamiento en los estudiantes secundarios.
En los consultorios y en las escuelas, psicólogos y docentes advierten sobre “regresiones” en niños pequeños, vinculadas a la angustia, el miedo y la falta de socialización, y también, a la escasez de recursos tecnológicos y culturales para acompañar el proceso de aprendizaje.
Además, se está detectando un aumento en el consumo de sustancias en adolescentes.
Sin leer ni escribir
“Este año hemos observado que hay numerosos chicos de 7 u 8 años que están en segundo grado pero que no han podido adquirir conocimientos y habilidades de lectura y escritura que se aprenden en el inicio de la escolaridad. Debido a la situación de aislamiento de 2020 no lograron esos aprendizajes”, explica Bibiana Amado, directora del proyecto de extensión universitaria de la Facultad de Lenguas de la UNC “Propuesta de alfabetización en red en el marco de la pandemia/pospandemia”.
Amado subraya que, en muchos casos, las familias no contaban con los dispositivos necesarios o con conectividad para que sus hijos asistieran virtualmente. En otros casos, podían conectarse a las clases virtuales, pero no se sentían motivados.
“Este año observamos que los chicos que no han logrado aprender a leer y a escribir manifiestan no sólo la falta de esos aprendizajes sino también otros precedentes, como si hubiera regresiones. Yo no tengo herramientas para explicar esa situación, pero sí pudimos advertir que tenían actitudes de aprendizaje propias de un niño que comienza una sala de 5 años, por ejemplo. Eso genera desconcierto en muchos docentes, sin duda, y pone en evidencia la necesidad de una intervención específica”, puntualiza la docente e investigadora universitaria.
Para Amado es fundamental un trabajo conjunto con psicólogos y psicopedagogos para comprender el fenómeno de regresiones, que –considera– es esperable frente a la situación traumática que representan la pandemia y el consecuente aislamiento.
“Estos casos de regresiones son muy evidentes en los primeros grados de la escolaridad primaria, pero también se observa en grados más avanzados; incluso algunos profesores de educación secundaria lo han advertido con sus alumnos”, remarca Amado.
Poca motivación
“Hay que empezar todas las semanas de nuevo. Los chicos no asimilan los conocimientos. Mientras se alternaban las burbujas, una semana sí y otra no, los niños con un nivel muy bajo no recordaban lo dado cuando retornaban a clases presenciales; parecía que se habían olvidado. No les queda el conocimiento para seguir avanzando”, cuenta una maestra de primer grado de una escuela estatal de la periferia de la ciudad de Córdoba.
La docente relata que antes de las nuevas restricciones y del cierre temporal de los colegios por el crecimiento de casos de Covid-19, cada semana era un “volver a empezar”. “La semana que no concurrían a clase era como una semana de vacaciones, aunque llevaban tarea. Es todo muy light”, se lamenta la maestra.
El cierre de los comedores del Paicor, apunta, también contribuye a la deserción escolar. “Muchos chicos no venían a clases por eso. Nosotros les dábamos una merienda a los niños, de nuestros bolsillos”, explica.
Vuelta atrás
La psicóloga Patricia Depetris, docente en el Centro Independencia, una entidad formadora en coordinación y terapia de grupo, avalada por el Colegio de Psicólogos, también observa regresión emocional en los niños de 3 a 6 años, que inician su etapa de escolarización.
“Dejaron de usar pañal y ahora vuelven al pañal, manifiestan terrores nocturnos o angustias que los papás no saben cómo resolver. Lo que ven como berrinches es la imposibilidad de comunicar lo que les pasa”, indica Depetris.
En los adolescentes, apunta la psicóloga, se observa falta de motivación y síntomas depresivos. Depetris explica que durante el tiempo de bimodalidad y burbujas los alumnos secundarios decían que la semana de educación remota servía para “no hacer nada”. “Tienen tarea para hacer, pero están desorganizados en tiempo y en espacio”, remarca la psicóloga.
También aparecen dificultades de los estudiantes para expresarse y decir lo que sienten; se advierte una creciente pobreza lingüística. Profesores de varias escuelas secundarias relataron a La Voz que en las clases hay silencio y cierta apatía. “No participan, están como ausentes”, resumió el director de un reconocido establecimiento estatal de la Capital.
Falta de contacto
La psicóloga Stella Maris Vera, terapeuta y directora de la Fundación Tendiendo Puentes, observa que las familias tienen cada vez más problemas para incentivar a los chicos a asistir a la escuela. “Lo que estoy viendo son padres que consultan porque los chicos no quieren hacer nada. No quieren estudiar, los tienen que correr para hacer los deberes. Los padres están mal, mucha gente con miedo, deprimida. Más que el año pasado”, remarca Vera.
En los talleres que realiza la Fundación con docentes, los educadores alertan sobre las consecuencias de la falta de conexión, de contacto. “Los padres se ponen ansiosos porque los chicos no aprenden nada y el aprender es para ellos los contenidos curriculares”, explica.
Vera sostiene que es imprescindible el contacto para recuperar los vínculos. Los docentes cuentan que los chicos están muy exigidos y los padres también, porque en la virtualidad tienen que enseñar asignaturas que no saben.
“Las burbujas no sirven para eso y se centran tanto en el contenido que no miran el contexto especial”, opina, e insiste en atender la vida emocional de los niños e intentar conectar con ellos para que puedan expresarse.
“No se puede escindir al chico de todo lo que está pasando en la familia. Hay muchos papás que no tienen trabajo, con problemas económicos o con mucho miedo a enfermarse. Esto no lo había visto el año pasado”, subraya Vera.
Consumo de sustancias
Rodrigo Moreno, especialista en Psicología clínica y responsable institucional de Estudios de Prevención, Tratamiento y Seguimiento de Adicciones (Eptsa) explica que en tiempos de pandemia se han incrementado los consumos problemáticos de sustancias y han desaparecido los programas de prevención de adicciones en las escuelas.
Aunque no hay datos estadísticos actualizados, sí se observa un evidente crecimiento en las consultas a especialistas. “Con el aislamiento se afectaron los factores de protección: el esparcimiento, la comunicación, el deporte”, explica Moreno, y aclara que no todo consumidor es adicto.
“No digo que por el aislamiento alguien que no haya tenido ciertas características vaya a consumir; pero si es un facilitador”, apunta Moreno.
Remarca, además, que crecen los consumos sociales de sustancias y que cada vez hay más consumo problemático de alcohol.
Las cifras se elevan, dice, porque también existe un incremento en la percepción de riesgo. Es decir que cada vez se detectan e identifican más situaciones riesgosas, lo que permite blanquear las cifras en negro de consumo y consumidores.
Moreno indica que en los últimos años, aunque no es producto de la pandemia, se observa un nuevo fenómeno: grupos familiares completos –padres e hijos– con problemas de adicciones (psicofármacos, alcohol y otras sustancias).