¿Qué hacemos ahora con Woody Allen? Apuntes tras el incómodo documental “Allen vs. Farrow”

El reciente documental
Allen vs. Farrow
quizás debería incluir un alerta de spoiler al comienzo, advirtiendo a los fans del director neoyorquino que tras ver la rigurosa investigación, es probable que el genio se les transforme en monstruo. 

Exhaustiva y con material revelador, la película dirigida por Kirby Dick y Amy Ziering corre el telón sobre las acusaciones de pederastia que enfrentó Woody Allen a comienzos de los ’90, ni más ni menos que por parte de su ex, Mia Farrow, y sobre la hija adoptiva de ambos, Dylan, cuando tenía 7 años. 

Son cuatro episodios de algo más de una hora de duración cada uno, tiempo suficiente como para hacer una minuciosa radiografía no sólo de esta familia atípica, sino también de una sociedad que, vista con los parámetros actuales, parece adormecida, naíf y hasta cómplicemente ingenua.  

Para poner en contexto: durante 12 años, Allen y Farrow fueron una de las parejas más excéntricas y estimadas del star system de Hollywood. Ella, una actriz de una belleza deslumbrante que había estado casada con Frank Sinatra, estaba ya dedicada a criar a sus hijos biológicos y adoptados (impactada por la Guerra de Vietnam, se había hecho de la tutela de varios niños asiáticos).

Él, el director de cine “antihéroe” que se convirtió en el referente de la feligresía progre de Nueva York, intelectual ingenioso y brillante. 

Entre ambos creció una chispa que alumbró una relación “director-musa” que arrojó más de una decena de películas memorables. Y así nació una relación sentimental con sus normas: cada uno vivía en su departamento a cada lado del Central Park, pero eran pareja. 

Viajaban por el mundo como un clan, Allen se movía en limusina por Manhattan como la estrella que era, y tenían su casa de campo idílica en Connecticut, donde solían pasar el verano. 

Pero esa calma se transformó en un infierno a medida que creció lo que el documental define como una obsesión enfermiza de Woody con la pequeña Dylan, la niña que ambos adoptaron de mutuo acuerdo. 

Todo filmado

Uno de los puntos fuertes del trabajo es haber accedido al inagotable archivo familiar de video, particularmente registrado por Farrow, en el que se da cuenta paso a paso de la rutina familiar de forma permanente. 

Así se puede ir viendo cómo Allen pasaba cada vez más tiempo junto a Dylan, dejando de lado al resto de la familia. O a casi el resto: la primera bomba estalló cuando Farrow descubrió que su novio tenía una relación con Soon-Yi, su hija adoptiva de 21 años de Corea del Sur. 

Ese fue el comienzo del fin de la relación entre el director y la actriz, pero la situación empeoró cuando Dylan reveló en la casa de campo que Woody había abusado de ella. Alertada por lo grave de la situación, Farrow registró en video esos primeros testimonios de la niña, que ahora salen a la luz por primera vez. 

Así empezó una guerra entre Allen y la actriz que dura hasta hoy. El cineasta admitió que se había enamorado de Soon-Yi e hizo todo lo posible por instalar en la opinión pública que las acusaciones de Farrow por pederastia eran el resultado de una mujer despechada en busca de venganza. 

Allen vs. Farrow tiene, además, por primera vez el testimonio actual de Dylan, quien recuerda la agobiante y viciada investigación que hubo para saber si la niña decía la verdad o estaba fabulando. Rompiendo todas las reglas de la revictimización, la niña fue entrevistada nueve veces en seis meses por los médicos de la Clínica de Abuso Sexual Infantil de New Haven.

“Si repetía mi relato, decían que estaba entrenada por mi madre; y si lo ampliaba, me acusaban de fabular”, dice Dylan, todavía herida. 

Aquellos médicos (que no quisieron hablar en el documental) finalmente dijeron que la niña no había sido víctima de abuso. Escandalosamente, el propio Woody Allen lo anunció en una conferencia de prensa en la puerta de la clínica, dando por terminado el caso antes de que empezara y anunciando su absolución. 

Ahora, tres expertos independientes analizaron los videos con los relatos de Dylan para el documental –que en su momento fueron descartados por la Justicia– y ratificaron que los testimonios tienen al menos la contundencia suficiente como para haber elevado una causa judicial para buscar la verdad, algo que finalmente no se hizo.  

Los críticos de Allen vs. Farrow cuestionaron que el documental es tendencioso, algo que en cierta forma es verdad: esta es la parte de la historia que hasta ahora no se había contado, la palabra de Dylan. La voz de Allen sólo aparece con extractos del audiolibro de su biografía, A propósito de nada, editada en 2020. Tras la emisión del documental, el director y su mujer desde 1997, Soon-Yi, dijeron que era “un mal trabajo plagado de falsedades”.    

¿Qué dirá Hollywood?

El documental es un mazazo para la figura de Allen. Incomoda y desconcierta asociar a aquel tipo con el director de cine excelso, no sólo de aquellas viejas películas de antes de que estallaran estos escándalos, sino mucho más acá en el tiempo. Uno como espectador tiende a repasar algunas de las últimas grandes obras que tanto disfrutó (Melinda y Melinda, Match Point, Medianoche en París) y se pregunta si efectivamente en la vida real detrás de la comedia había un drama, y si el propio Allen fue un villano que logró salirse con la suya por su poder y su influencia.

Quedará para cada uno el eterno debate (también desatado con el documental
Leaving Nerverland
sobre Michael Jackson) sobre la separación entre la obra y la vida privada de los genios, y cómo hacer eso. Lo cierto es que, en este caso, es como si sobre Woody Allen se hubiera agregado un filtro que nunca jamás hará que lo veamos de la misma manera. Nos guste o no.

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