Biden y los trazos de su política exterior

En enero de 1961, en su último discurso a la nación y a días de dejar la presidencia, Dwight Eisenhower denunciaba al complejo militar-industrial de influenciar los distintos órganos del gobierno. En una parte de su discurso, alertaba que “no debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción (la combinación de los intereses políticos, militares y empresariales) ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos”. Denunciar este poder como usurpador, en el clímax de la Guerra Fría, revela el nivel de influencia alcanzado por este complejo.

Sesenta años después, esta conjunción de intereses incrementó su poder. Desde los ’50, el país estuvo en guerra la mayoría del tiempo y los gastos militares llegan a billones de dólares. La Guerra de Corea de 1950 a 1953; Vietnam 1965-1973; el Golfo Pérsico 1991; la invasión a Afganistán de 2001 a hoy, y la invasión a Irak entre 2003 y 2011. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, a excepción de la década del ’80. Cinco conflictos bélicos, además de las distintas intervenciones en Asia, en África o en América latina.

Es innegable la intromisión del complejo militar-industrial sobre la política exterior norteamericana. El problema reside en que el sistema internacional hoy es mucho más complejo y nuevas potencias comienzan a consolidarse. Durante la Guerra Fría, la agresiva política exterior norteamericana se podía justificar y sostenerse dado que estaban delimitadas las áreas de influencia, por lo que, a excepción de que se llegase a una destrucción mutua asegurada, una guerra convencional con la Unión Soviética era poco probable. Mientras que, durante el período unipolar, Washington pudo prácticamente hacer lo que quisiera, ya que no existía potencia o país capaz de oponérsele.

Hoy el asunto es un tanto más complejo, por lo que apelar a la fuerza y a la provocación, como lo hizo recientemente el presidente norteamericano al tratar de “asesino” a Vladimir Putin, no parece una estrategia sensata. Ya en plena campaña electoral, Biden había tratado de “matón” a Xi Jinping. Decir cosas durante la campaña es una cosa, ya hacerlo siendo presidente, en su nuevo rol de jefe de Estado, cobra otra connotación.

A la hora de indagar por esta sobreactuación, otra vez aparece la sombra del complejo. Si se suponía que con Biden iba a ser diferente, es evidente que en el poco tiempo que está en el gobierno se encargó de demostrar lo contrario.

Pero el sistema que emerge actualmente, exige otra política, más diplomacia y menos amenazas militares, más multilateralismo, más cooperación y, sobre todo, diálogo y no confrontación. China y Rusia están exigiendo su lugar en el mundo, y para lidiar con estas potencias no será suficiente con mantener una retórica confrontativa. Pero es clara la intención del gobierno de Biden de mantener una línea dura.

Desde la nueva administración se afirma permanentemente que Estados Unidos está de vuelta. La pregunta es ¿para qué? La idea de romper con el aislacionismo de Trump y la necesidad de articular con sus aliados y otros países para “contener” a China y a Rusia llevan a otra pregunta: ¿cómo piensa liderar este multilateralismo? Al parecer, todas las decisiones indican que el nuevo giro para romper el aislacionismo y fortalecer el multilateralismo no están dirigidas a darle más estabilidad al sistema internacional, más bien articularlo para confrontar a Beijing y a Moscú.

Tanto sus tradicionales aliados, como el resto del mundo, esperan de EE.UU. una política exterior más responsable, que construya un multilateralismo que ayude a salir de la crisis de la pandemia, a combatir el cambio climático y sobre todo a bajar el nivel de tensión entre las grandes potencias. Si bien Biden puede ser el presidente con más experiencia previa en relaciones internacionales, responder agresivamente lo aleja de la figura de estadista.

Con esta actitud, parece no estar a la altura de los desafíos que se le presentan, ante una China cada vez más asertiva y una Rusia cada vez más segura de sí misma. La expansión económica y diplomática de Beijing y el triunfo de Moscú con las vacunas y en Siria sosteniendo a Bashar al Asad son claros indicios de que el sistema internacional ha dejado de ser unipolar. Ante las dificultades de la pandemia, las potencias ascendentes revelaron cuán resistentes son ante las crisis y a los cambios. En este aspecto, el académico y diplomático Kishore Mahbuabani, para explicar por qué China está consolidando su poder, define que la lucha no se da entre la democracia norteamericana y la autocracia china, sino que hay que enfocarla desde la óptica “plutocracia norteamericana” versus “meritocracia china”.

La crisis interna de EE.UU. y la pérdida de poder a nivel global son las características de este período que se agudiza con la pandemia. Al parecer, la retórica agresiva y consentir a los intereses del complejo militar-industrial es el último recurso que le queda a Washington para hacer frente al cambio en el sistema internacional. Y si bien Biden parece haber dejado de lado toda cintura diplomática, es cierto también que no es la primera vez que el país del Norte realiza una amenaza. Pero, en estos tiempos, tanto China como Rusia no están dispuestas a aceptarla.

* Investigador del Centro de Estudios Avanzados de la FCS de la UNC y doctor en Estudios Globales por la Universidad de Shangái

** Director de la Maestría en Relaciones Internacionales CEA-FCS-UNC. Profesor titular e investigador universitario

Joe Biden. Presidente de Estados Unidos. (AP)