Qué enseñanzas deja la caída de Gi FlyBike para el mundo emprendedor

Gi FlyBike fue quizás el emprendimiento cordobés que más entusiasmo generó en los últimos años. El desarrollo de una bicicleta eléctrica plegable, con tecnología que le da presentaciones exclusivas, encontró demanda en todo el mundo apenas se dio a conocer.

Una serie de problemas logísticos y financieros complicaron a la
startup
al momento de intentar escalar en el mercado global. La pandemia provocada por el virus Covid-19 profundizó el cuadro y en febrero tuvo que cerrar.

Su explosivo crecimiento inicial, su corta vida y su sorpresivo final dejan una serie de enseñanzas para el ecosistema emprendedor local de base tecnológica. 

Un proyecto innovador

El objetivo de Gi FlyBike, fundado por los cordobeses Lucas Toledo, Agustín Augustinoy y Eric Sevilla en 2014, era revolucionar la movilidad urbana con un producto “limpio” y sustentable.

En 2015, armó el prototipo de una bicicleta eléctrica plegable, con un buen diseño, capaz de alcanzar los 25 kilómetros por hora, con 17 kilos de peso, sin cadenas ni engranajes y con una autonomía de 60 kilómetros.

Lanzó un
crowdfunding
global en la plataforma Kickstarter. Quien aportaba 1.990 dólares recibiría la bicicleta, que en el mercado valdría 2.700 dólares. La convocatoria captó a 480 interesados de 40 países.

También recibió financiamiento privado y público, en el que intervinieron el fondo cordobés Incutex y la Agencia Córdoba Innovar y Emprender, con lo cual, en total, captó 2,1 millones de dólares.

El proyecto se vio reflejado en 350 medios de todo el mundo y recibió premios y distinciones; incluso el entonces presidente Mauricio Macri los visitó en 2018 y condujo la bicicleta.

El plan era fabricar mil unidades al mes, con la producción tercerizada en China. Arrancó con 500 unidades, pero hubo complicaciones con la homologación, lo que demoró 11 meses la entrega de los primeros productos. Esto hizo que perdiera parte del capital de trabajo.

Además, 15 días antes de que empezara la distribución, las aerolíneas dejaron de trasladar productos con baterías de litio. Hasta la actualidad, no ha podido entregar una docena de bicicletas en lugares como Kazajistán, Dubai y Australia.

Entonces, inició una nueva ronda de inversión en Estados Unidos, la denominada serie A, pero los inversores estaban más interesados en la industria del software. Se trasladó a Europa y a Asia, donde estableció contactos. Sin embargo, la llegada de la pandemia suspendió las negociaciones y complicó las entregas, lo que incrementó las malas experiencias. 

Las quejas se multiplicaron y, ya sin capital, no pudo cumplir con las entregas faltantes. Lo que fue un equipo de una docena de personas se redujo a los tres fundadores iniciales y, por la imposibilidad de sostener el servicio, finalmente en febrero cerró.

“La idea era crear una empresa global. Se desarrolló, homologó y se entregó el 96 por ciento de las bicicletas. Se complicó la búsqueda de capital y nos quedamos sin combustible para llegar a destino”, explica Lucas Toledo. 

La escala “hardware”

Para Toledo, la experiencia deja como enseñanza que desarrollar productos tecnológicos físicos desde Argentina, con la intención de tener alcance global, es mucho más complejo que hacer software, porque requieren más tiempo y capital de trabajo.

Por esta razón, evalúa que para desarrollar su bicicleta debió haber dejado la Argentina. “La mayoría del equipo debe ubicarse lo más cercano posible al capital; tendríamos que habernos instalado en Estados Unidos o en Europa”, dice.

Tampoco fue una buena idea arrancar vendiendo al mundo entero. “A la hora de comenzar a vender, es mejor hacer foco en un mercado para luego ir expandiéndose hacia otros”, explica. Para sus fundadores, el mercado no era Argentina (por los precios de estos productos), sino los países desarrollados.

A su vez, advierte que una startup productora de hardware, al menos al inicio, debe hacerse cargo de la producción y no tercerizar en el arranque, porque empieza con un bajo volumen y esto imposibilita conseguir a los mejores fabricantes, ya que los buenos exigen grandes cantidades de producción.

También resalta que es clave resolver los problemas iniciales antes de salir a validar un producto, por ejemplo, con una campaña de crowdfunding, ya que genera compromisos.

Su dificultad para lograr la serie A aporta otra lección: “Si estás construyendo una compañía global, vas a necesitar un fundraising (capital de inicio sin objetivo de lograr ganancias) agresivo”, agrega Toledo.

Walter Abrigo, director general de Incutex, uno de los fondos que invirtió en Gi FlyBike, descarta que esto vaya a frenar la incipiente movida de capital de riesgo que se está gestando en Córdoba en la actualidad y aseguró que la experiencia ya está siendo capitalizada en las nuevas inversiones.

“Un emprendedor de hardware debe vivir afuera. Necesita generar alianzas con jugadores más grandes desde el inicio; eso no se logra en Argentina”, indica.

Cuenta que esto ya lo está aplicando con una startup que desarrolla inteligencia artificial para ganadería: los fundadores son argentinos, pero están viviendo en California (Estados Unidos), porque el producto es para ese mercado.

Esta visión crítica acerca de apostar a desarrollos de hardware en Argentina es compartida por su colega, Luis Bermejo, CEO del fondo Alaya Capital Partners, quien no invirtió en el proyecto, pero conoce de cerca a sus fundadores. 

“Desarrollar hardware desde Latinoamérica es muy difícil, porque es tremendo competir contra China, por sus costos y su evolución. De los cinco unicornios argentinos (Mercado Libre, Globant, Auth0, Despegar y OLX), todos están basados en el software. El hardware tiene chances si está en un nicho muy específico. La única compañía que se acerca a esta condición de unicornio y que hace hardware es Satellogic, que pertenece a un mercado particular y con muy alto grado de innovación, que son los satélites”, resalta.

Por su parte, Diego Casali, presidente de la Agencia Córdoba Innovar y Emprender, otra de las entidades que invirtió en Gi FlyBike, opina que lo ocurrido impacta, porque el ecosistema emprendedor local es pequeño (en la ciudad hay 168
startups
de base tecnológica, según el Startup Córdoba Monitor, de la Municipalidad capitalina).

Pero pide no dramatizar, ya que el fracaso es parte del desarrollo emprendedor. Según The Failure Institute, el 75 por ciento de las startups latinoamericanas no superan los dos años de vida. 

“Hay startups que van a ser muy exitosas, otras van a subsistir, serán empresas o pymes y darán empleo; y otras van a fracasar. Esto no es alarmante ni trágico, Córdoba empezó a jugar en el mundo emprendedor y son situaciones que se van a ir dando”, previene.

Para Casali, la experiencia de Gi FlyBike no invalida al hardware local, pero alerta sobre la necesidad de tomar más recaudos que en un proyecto de software

“Desarrollar un producto físico como robótica o IoT (internet de las cosas, por sus siglas en inglés) no es para cualquiera. Implica saber de procesos de producción industrial en masa; tiene trabas y demoras antes de la salida al mercado, por las complejidades en las certificaciones de calidad y en las homologaciones; y después, por la competencia, la importación de componentes, la logística y los tiempos del producto. Hay que tomar todos los recaudos desde el inicio para no chocar contra la pared”.

Reconocimiento. El desarrollo tuvo un fuerte reconocimiento político y público. (La Voz/Archivo)
Tecnología local. Desarrollar un producto tecnológico físico implica prever aspectos de la producción industrial en masa. (La Voz/Archivo)
Emprendedor. Lucas Toledo, en tiempos en que su bicicleta escalaba en difusión a nivel global. (La Voz/Archivo)
Reconocimiento. El desarrollo tuvo un fuerte reconocimiento político y público. (La Voz/Archivo)
Tecnología local. Desarrollar un producto tecnológico físico implica prever aspectos de la producción industrial en masa. (La Voz/Archivo)