La pesadilla del autocanibalismo

Aunque no sea tan popular como Marcos Galperin (el creador de Mercado Libre), la palabra de Alejandro Oxenford (más conocido como Alec) no pasa inadvertida en el mundo empresarial. Tiene pergaminos: fue uno de los creadores del “unicornio” (compañía valuada en más de mil millones de dólares) autóctono OLX, entre otros emprendimientos.

Un detalle no menor, antes de seguir: hoy por hoy, la valuación de empresas tecnológicas argentinas como Mercado Libre, OLX, Globant o Auth0 (acaba de venderse) le saca kilómetros de ventaja al resto de las firmas locales, en especial a las que fueron líderes durante el siglo pasado. Es un fenómeno que ocurre en todo el mundo, aunque aquí hay condimentos propios.

Este año, Oxenford está involucrado en un nuevo negocio (Alpha Capital Acquisition Company), que desarrolla desde Brasil, por lo que una de las primeras cosas que hizo fue comparar la evolución de los mercados de capitales de ambos países.

“El valor destruido en la Argentina durante los últimos 25 años es escalofriante. En 1994, el valor de todas las empresas del Merval representaba el 40 por ciento de sus comparables brasileñas en el Bovespa. En 2021, el valor del Merval es sólo el dos por ciento del Bovespa”, escribió.

Dos cosas quedan expuestas: la primera, evidente, es el doloroso proceso de desvalorización. La segunda, el achicamiento de un mercado de capitales que ya de por sí es escuálido comparado con otros de la región, y de cuyos músculos depende la nutrición de la actividad productiva, aunque muchos vean allí sólo territorio de especulación.

La emblemática YPF, que está a un paso de convertirse en una empresa centenaria, comenzó a cotizar en Wall Street en 1993. Claudio Zuchovicki, especialista en inversiones, recuerda que cuando debutó en ese mercado, el precio de la acción de la petrolera era de 19 dólares. Ahora oscila entre cuatro y cinco dólares, tras el canje de su deuda y pese a la atracción que despierta Vaca Muerta.

Cuando la crisis recesiva y cambiaria quedó acoplada al derrumbe que provocó la pandemia, los activos perdieron mucho valor en muy poco tiempo. Y pese a que los precios están literalmente por el piso, pocos se animan a invertir.

Es como cuando alguien ofrece, a valores muy bajos, una casa lujosa o un auto de alta gama. La oportunidad es tan grande que los potenciales compradores desconfían y empiezan a imaginar el tamaño del gato encerrado. 

La diferencia es que aquí es visible. Los negocios que se van del país o que están en ese proceso, porque les cuesta encontrar interesados para vender sus operaciones locales, no ven señales contundentes de reversión a corto y mediano plazo. 

Hasta los grandes fondos de inversión nos esquivan, pese a que son imparables cuando huelen sangre. Una clara señal fue cuando le bajaron el pulgar a los nuevos bonos del canje de deuda, que ya incuban precios dignos de un default

La pavorosa descapitalización está tomando un tono demasiado dramático, que contrasta de manera elocuente con la ausencia de acciones creíbles y sustentables para frenar semejante sangría.

Lo que para muchos parece un fenómeno encapsulado en el mundo económico o de negocios, es una tragedia de consecuencias profundas. 

En el primer encuentro del año de Fundación Mediterránea, el presidente del Ieral, Marcelo Capello, le dio dimensión a muchos datos representativos del derrumbe.

Por ejemplo, dijo que el salario real promedio del sector privado registrado quedó en 2020 como el segundo más bajo de los últimos 50 años. La peor marca es la de 2002. “Casi no crecimos en cinco décadas”, remarcó. Capello cree que, además de lo que ocurre con el valor de los activos, hay una “descapitalización social”, o sea, una pérdida de valor que se amplifica a todo nivel, incluso en la calidad de las instituciones.

Otro economista, Martín Rapetti (investigador de Conicet), calcula que el producto interno bruto (PIB) por habitante cerró 2020 en línea con el nivel que tenía en 1974. “El mismo ingreso, peor distribución y más pobreza. Un fracaso como sociedad”, lamentó. 

Con muchos obstáculos para atraer inversiones y para poder generar riqueza, que es esencial para salir del pozo, crear empleo y producir más, la fenomenal descapitalización demuestra que se destruye más que lo que se crea. 

La épica oficialista se empalaga con la distribución. No es que eso no sea importante. El problema es que cada vez queda menos por repartir. El economista Eduardo Levy Yeyati lo califica como un modelo de “pobreza inclusiva”. La pesadilla del autocanibalismo.

Pobreza. El rostro más doloroso de proceso de descapitalización que sufre la Argentina. (AP/Archivo)