El descenso de la tasa de inflación, ahora en un andarivel entre 2,5% y 3,0% mensual, ha sido clave para que la confianza en el Gobierno se sostenga, tras 12 meses de tribulaciones. Avanzar hacia un escenario de estabilidad es muy redituable en términos políticos, caso de Carlos Menem y la convertibilidad, replicado en 1994 en Brasil, cuando el éxito del plan real catapultó al ministro Cardoso a la presidencia de ese país.
La paradoja está en que bajar la inflación descorre velos y nuevos desafíos quedan a la vista. Para las empresas, urge ganar en competitividad; y para la población, la estabilidad pasa a ser un “derecho adquirido” y afloran nuevas demandas: calidad de vida, servicios públicos, entre otros. Bajando la inflación, los cimientos son más firmes, pero la agenda oficial se amplía. Se vuelve crucial el empalme exitoso con el futuro, evitando que instrumentos útiles para la estabilidad sean perjudiciales para objetivos de largo plazo, vinculados con la inversión y la productividad.
Así, el sendero de transición está lejos de los 100 metros llanos, es más bien una carrera de obstáculos, con vallas que incluyen las fechas electorales. Y la coyuntura se inscribe en ese contexto, con un arranque de 2025 en el que los cambios de política impulsados por Donald Trump tendrán impacto global.
De hecho, el Banco Central de los Estados Unidos (FED) ya avisó que las tasas de interés pueden bajar más lentamente, por el impacto inflacionario de políticas de comercio exterior y fiscal que eventualmente se apliquen desde el 20 de enero. Son riesgos amplificados por la desestabilización de la macro en Brasil, y el real ultradevaluado.
El Gobierno argentino, por su parte, espera neutralizar parte de esos efectos adelantando un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que inyecte fondos frescos al Banco Central (BCRA); al parecer, se gestionan más de U$S 20 mil millones. El trámite es complejo, debido al elevado endeudamiento ya existente (U$S 44 mil millones), y las señales que trasciendan alimentarán conjeturas sobre la fecha de salida del cepo y también sobre las características del nuevo régimen monetario-cambiario, un tema que debería estar en la agenda de negociaciones.
La recesión hizo su piso en el segundo trimestre de 2024, y el rebote fue fuerte en el tercero, habiendo pasado desde octubre a una especie de meseta. Cabe esperar para 2025 un trimestre a trimestre menos errático, dentro del andarivel del 4,0% al 5,0% anual.
Comparando las últimas cuatro recesiones (excluida la pandemia), la única que pudo dibujar la “V” fue la de 2009/2010, pero con condiciones muy diferentes. En contrapartida, la salida de esta recesión luce cualitativamente más firme, tanto por la trayectoria de la tasa de inflación como por la confianza en el Gobierno y el valor bursátil récord de las empresas. Con esas bases, el desafío es abrir espacio a una recuperación sostenida de la tasa de inversión, la variable esquiva por décadas.
La profundidad de la recesión y la percepción de un rigor fiscal inédito corrigieron hacia abajo las expectativas de inflación, coordinadas por minidevaluaciones. Aunque inicialmente fuentes oficiales aseguraban que desde abril de 2024 el ritmo del crawl pasaría un guarismo superior al 2,0% mensual, esto no ocurrió, e incluso ahora se deja trascender una meta del 1,0% mensual. Así, sin necesidad de tasas de interés elevadas en términos reales, la inflación se está pudiendo domesticar.
El margen para las empresas
A diciembre de 2023, el uso del ancla fiscal y cambiaria parecía suficiente para desindexar la economía, tal como ocurrió con la convertibilidad, sin necesidad de recurrir a mecanismos como el desagio (plan Austral). Pero la rapidez de esa dinámica no estaba garantizada.
La profundidad de la recesión aparece disimulada cuando se refiere a una caída del producto interno bruto (PIB) del orden del 3,0% para el año. Pero este guarismo incluye una variación positiva del sector agropecuario cercana al 30,0%. En realidad, el PIB sin agro y el consumo privado han caído un 6,0% en 2024.
Septiembre fue crucial para las expectativas, ya que la tasa de inflación perforó el piso del 4,0% mensual, justo cuando el éxito del blanqueo se manifestaba en la fuerte suba de los depósitos en dólares. A partir de ese momento, el BCRA pasó a comprar divisas a un ritmo muy significativo, luego de varios meses de “sequía”.
Respecto al cepo, el Gobierno ha comenzado a transmitir que si logra fondos frescos en un nuevo acuerdo con el FMI, la fecha de salida no sería lejana. Pero esas negociaciones serán complejas (porque Argentina ya debe U$S 44 mil millones) e involucran el diseño del régimen monetario-cambiario para el “día después” de la transición.
A propósito, el Gobierno parece no haber abandonado la idea de la “dolarización endógena”, que nos acercaría al esquema de Panamá y sería contraindicada para el FMI. Sería mucho más apropiado avanzar hacia el modelo de Perú, bimonetario pero menos rígido y consistente con una recuperación del rol de la moneda local para transacciones y créditos. Esta vía no está desechada, a juzgar por el anuncio oficial de seguir cobrando impuestos sólo en pesos.
El régimen monetario-cambiario “definitivo” no atañe sólo a cuestiones financieras. Es clave también para guiar decisiones de producción e inversión destinadas a la exportación o la competencia con importados. Los sectores involucrados son industria, agro, minería y pesca, y representan sólo el 25% del PIB, una participación que debería expandirse para ser consistente con el bimonetarismo.
De cara a 2025, y pensando en una meta implícita de inflación de entre 20% y 25%, las empresas seguirán expuestas a una severa disciplina. Una tasa de devaluación del peso que podría desacelerar del 2,0% al 1,0% mensual y un aumento sostenido de las importaciones obliga a cuidar los costos en dólares. Las negociaciones con trabajadores y proveedores no serán fáciles.
La posibilidad de un incremento del PIB del orden del 4,7% para 2025 tiene que ver con el consumo atado al poder adquisitivo de la masa salarial. La recuperación será gradual y despareja: los últimos datos muestran salarios privados formales sólo 5,3% inferiores a 2022 en términos reales, pero informales y estatales, un 28,0% y un 18,0% por debajo de esa referencia. Respecto de la inversión, positiva por el lado de minería, gas y petróleo, pero condicionada a la rentabilidad en agro, construcciones e industria.
De lado de la oferta, cabe esperar que en 2025 el agro evolucione con el promedio, y que minería e hidrocarburos supere el ritmo de crecimiento del 6,0% anual que trae desde 2019. Construcción e industria seguirán sometidas a fuerzas contrapuestas. Crédito y mejoras del salario real, por un lado; restricción presupuestaria, precios relativos desfavorables y mayor competencia de importados, por el otro.
La velocidad de reconversión de la industria es clave. Se trata de un sector que captura sólo el 0,16% de las exportaciones mundiales (MOI). A diferencia del agro, que podría avanzar al menos dos escalones en producción con baja de retenciones y mejor infraestructura, ampliar el horizonte para la industria es más complejo.
Se trata de clarificar la inserción en el mundo (Mercosur, ¿Área de Libre Comercio?), modernizar el mercado laboral, remover el sesgo antiexportador de los impuestos, una tarea federal (no sólo nacional); al igual que el rediseño (y financiamiento) de servicios de salud y educación, junto con la infraestructura.
Para 2025, el saldo energético se proyecta positivo en U$S 8,7 mil millones, pero la balanza total del comercio exterior se achicará desde U$S 17,2 mil millones en 2024 a un estimado de U$S 11,2 mil millones este año; la variación del PIB permite esperar una suba de 22,0% de las importaciones no energéticas.
El supuesto clave, para financiar esta dinámica, es que la entrada de capitales que se verificó en la última parte de 2024 se sostenga a lo largo de 2025.
El descenso de la tasa de inflación, ahora en un andarivel entre 2,5% y 3,0% mensual, ha sido clave para que la confianza en el Gobierno se sostenga, tras 12 meses de tribulaciones. Avanzar hacia un escenario de estabilidad es muy redituable en términos políticos, caso de Carlos Menem y la convertibilidad, replicado en 1994 en Brasil, cuando el éxito del plan real catapultó al ministro Cardoso a la presidencia de ese país.La paradoja está en que bajar la inflación descorre velos y nuevos desafíos quedan a la vista. Para las empresas, urge ganar en competitividad; y para la población, la estabilidad pasa a ser un “derecho adquirido” y afloran nuevas demandas: calidad de vida, servicios públicos, entre otros. Bajando la inflación, los cimientos son más firmes, pero la agenda oficial se amplía. Se vuelve crucial el empalme exitoso con el futuro, evitando que instrumentos útiles para la estabilidad sean perjudiciales para objetivos de largo plazo, vinculados con la inversión y la productividad.Así, el sendero de transición está lejos de los 100 metros llanos, es más bien una carrera de obstáculos, con vallas que incluyen las fechas electorales. Y la coyuntura se inscribe en ese contexto, con un arranque de 2025 en el que los cambios de política impulsados por Donald Trump tendrán impacto global.De hecho, el Banco Central de los Estados Unidos (FED) ya avisó que las tasas de interés pueden bajar más lentamente, por el impacto inflacionario de políticas de comercio exterior y fiscal que eventualmente se apliquen desde el 20 de enero. Son riesgos amplificados por la desestabilización de la macro en Brasil, y el real ultradevaluado.El Gobierno argentino, por su parte, espera neutralizar parte de esos efectos adelantando un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que inyecte fondos frescos al Banco Central (BCRA); al parecer, se gestionan más de U$S 20 mil millones. El trámite es complejo, debido al elevado endeudamiento ya existente (U$S 44 mil millones), y las señales que trasciendan alimentarán conjeturas sobre la fecha de salida del cepo y también sobre las características del nuevo régimen monetario-cambiario, un tema que debería estar en la agenda de negociaciones.La recesión hizo su piso en el segundo trimestre de 2024, y el rebote fue fuerte en el tercero, habiendo pasado desde octubre a una especie de meseta. Cabe esperar para 2025 un trimestre a trimestre menos errático, dentro del andarivel del 4,0% al 5,0% anual.Comparando las últimas cuatro recesiones (excluida la pandemia), la única que pudo dibujar la “V” fue la de 2009/2010, pero con condiciones muy diferentes. En contrapartida, la salida de esta recesión luce cualitativamente más firme, tanto por la trayectoria de la tasa de inflación como por la confianza en el Gobierno y el valor bursátil récord de las empresas. Con esas bases, el desafío es abrir espacio a una recuperación sostenida de la tasa de inversión, la variable esquiva por décadas.La profundidad de la recesión y la percepción de un rigor fiscal inédito corrigieron hacia abajo las expectativas de inflación, coordinadas por minidevaluaciones. Aunque inicialmente fuentes oficiales aseguraban que desde abril de 2024 el ritmo del crawl pasaría un guarismo superior al 2,0% mensual, esto no ocurrió, e incluso ahora se deja trascender una meta del 1,0% mensual. Así, sin necesidad de tasas de interés elevadas en términos reales, la inflación se está pudiendo domesticar.El margen para las empresasA diciembre de 2023, el uso del ancla fiscal y cambiaria parecía suficiente para desindexar la economía, tal como ocurrió con la convertibilidad, sin necesidad de recurrir a mecanismos como el desagio (plan Austral). Pero la rapidez de esa dinámica no estaba garantizada.La profundidad de la recesión aparece disimulada cuando se refiere a una caída del producto interno bruto (PIB) del orden del 3,0% para el año. Pero este guarismo incluye una variación positiva del sector agropecuario cercana al 30,0%. En realidad, el PIB sin agro y el consumo privado han caído un 6,0% en 2024.Septiembre fue crucial para las expectativas, ya que la tasa de inflación perforó el piso del 4,0% mensual, justo cuando el éxito del blanqueo se manifestaba en la fuerte suba de los depósitos en dólares. A partir de ese momento, el BCRA pasó a comprar divisas a un ritmo muy significativo, luego de varios meses de “sequía”.Respecto al cepo, el Gobierno ha comenzado a transmitir que si logra fondos frescos en un nuevo acuerdo con el FMI, la fecha de salida no sería lejana. Pero esas negociaciones serán complejas (porque Argentina ya debe U$S 44 mil millones) e involucran el diseño del régimen monetario-cambiario para el “día después” de la transición.A propósito, el Gobierno parece no haber abandonado la idea de la “dolarización endógena”, que nos acercaría al esquema de Panamá y sería contraindicada para el FMI. Sería mucho más apropiado avanzar hacia el modelo de Perú, bimonetario pero menos rígido y consistente con una recuperación del rol de la moneda local para transacciones y créditos. Esta vía no está desechada, a juzgar por el anuncio oficial de seguir cobrando impuestos sólo en pesos.El régimen monetario-cambiario “definitivo” no atañe sólo a cuestiones financieras. Es clave también para guiar decisiones de producción e inversión destinadas a la exportación o la competencia con importados. Los sectores involucrados son industria, agro, minería y pesca, y representan sólo el 25% del PIB, una participación que debería expandirse para ser consistente con el bimonetarismo.De cara a 2025, y pensando en una meta implícita de inflación de entre 20% y 25%, las empresas seguirán expuestas a una severa disciplina. Una tasa de devaluación del peso que podría desacelerar del 2,0% al 1,0% mensual y un aumento sostenido de las importaciones obliga a cuidar los costos en dólares. Las negociaciones con trabajadores y proveedores no serán fáciles.La posibilidad de un incremento del PIB del orden del 4,7% para 2025 tiene que ver con el consumo atado al poder adquisitivo de la masa salarial. La recuperación será gradual y despareja: los últimos datos muestran salarios privados formales sólo 5,3% inferiores a 2022 en términos reales, pero informales y estatales, un 28,0% y un 18,0% por debajo de esa referencia. Respecto de la inversión, positiva por el lado de minería, gas y petróleo, pero condicionada a la rentabilidad en agro, construcciones e industria.De lado de la oferta, cabe esperar que en 2025 el agro evolucione con el promedio, y que minería e hidrocarburos supere el ritmo de crecimiento del 6,0% anual que trae desde 2019. Construcción e industria seguirán sometidas a fuerzas contrapuestas. Crédito y mejoras del salario real, por un lado; restricción presupuestaria, precios relativos desfavorables y mayor competencia de importados, por el otro.La velocidad de reconversión de la industria es clave. Se trata de un sector que captura sólo el 0,16% de las exportaciones mundiales (MOI). A diferencia del agro, que podría avanzar al menos dos escalones en producción con baja de retenciones y mejor infraestructura, ampliar el horizonte para la industria es más complejo.Se trata de clarificar la inserción en el mundo (Mercosur, ¿Área de Libre Comercio?), modernizar el mercado laboral, remover el sesgo antiexportador de los impuestos, una tarea federal (no sólo nacional); al igual que el rediseño (y financiamiento) de servicios de salud y educación, junto con la infraestructura.Para 2025, el saldo energético se proyecta positivo en U$S 8,7 mil millones, pero la balanza total del comercio exterior se achicará desde U$S 17,2 mil millones en 2024 a un estimado de U$S 11,2 mil millones este año; la variación del PIB permite esperar una suba de 22,0% de las importaciones no energéticas.El supuesto clave, para financiar esta dinámica, es que la entrada de capitales que se verificó en la última parte de 2024 se sostenga a lo largo de 2025.La Voz