Viviana Canosa y la teatralización de un noticiero televisivo
A Viviana Canosa le dieron las tardes de A24. Su técnica de conducción tiene algo bipolar: pasa de la furia a la ligereza en segundos, como si quisiera demostrar ser la mejor alumna en un taller de improvisación dramática. Su mirada se posa dura sobre la cámara, luego intimidante sobre los invitados, y de repente se arrebata de picardía.
Su voz suena engolada, bajo timbres eróticos, pero también frágiles y hasta angustiosos. Canosa no conduce un noticiero: lo teatraliza. Esta compulsión escénica habilitó en su ciclo anterior maravillas circenses como una ingesta de dióxido de cloro o una reflexión sobre la Justicia argentina con los ojos vendados. Para Canosa lo periodístico implica más performance que información.
Tras popularizarse con el periodismo de espectáculos, Canosa hoy prefiere el periodismo político, alegando que el otro la aburrió. ¿Se aburre con la farándula o comprendió que la farándula y la política están hechas de la misma substancia?
Suele decirse que la política se espectaculariza, pero la premisa está mal planteada; es el espectáculo el que se politiza. No es un juego de palabras: lo espectacular, dentro de nuestras coordenadas tecnológicas, se convierte en un modo de pensamiento excluyente y, por ende, en el reducto final de la vida pública. Nuestra democracia, para no desorientarnos en tecnicismos, alegoriza su sistema de contrapesos con un stock de caricaturas: fachos, kukas, pubertarios, troskos, etcétera. Es un casting accesible a través de los medios; no podríamos pensar la arena política sin ellos y sus resignificaciones, así sea la editorial de un diario o un meme en Twitter.
Canosa sabe que la farándula es escándalo consensuado y que la teleaudiencia perdió su inocencia, que ya no se estremece ante la violencia mediática. ¿Alguien recuerda algún conflicto del Cantando 2020 que haya tenido la épica trash de Moria Casán vs. Silvina “Escupidero”?
La televisión encontró en la política los glóbulos rojos que escaseaban en la farándula. Se trata de una apuesta superadora: los escándalos son más adictivos porque nos afectan directamente. ¿La cachetada de Graciela Alfano a Aníbal Pachano incidió en el riesgo país como las declaraciones de Macri trasnochado luego de perder las elecciones de medio término?
El espectáculo politizado tiene una trampa: por defecto, nos hace partícipes. Si la vida pública queda encapsulada en los medios, ¿cómo participar sin ser otra cosa que un espectador?, ¿y qué hace el espectador sino ser pura emoción pasiva? El espectador implosiona y enloquece cuando hay actores dramatizando una realidad sobre la que no incide. Y Canosa dramatiza como nadie, por eso las entrevistas de la primera semana en A24 fueron con personajes tan pantomímicos como ella: Milei, Aníbal Fernández, Guillermo Moreno.
Canosa entiende el poder del rumor, el deleite del entredicho, la convicción de lo no chequeable, la mueca de la Verdad. Son mecánicas heredadas del periodismo del espectáculo, que oscilan entre lo serio y lo lúdico. Pero cuando Canosa finge impotencia ante los índices de pobreza infantil, trasmuta lo lúdico en indignación. Y la indignación, todos lo sabemos, es más redituable que la discordia entre dos vedetes.