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Insistir en la aplicación de procesos de profesionalización policial

En su crítica a las premisas teóricas de las tácticas ambientales y situacionales como alternativas para la prevención del delito, el criminólogo inglés Adam Crawford reflexiona sobre su impacto en el aumento de la sensación de inseguridad: “… solamente nos comunica cuán efímera y contingente la seguridad es realmente”.

“Si la décima parte de los proyectos que dicen tener éxito tuvieran la mitad del éxito que dicen tener, habríamos ‘solucionado’ el problema del delito hace años”, sugieren destacados exponentes de la corriente criminológica denominada “Realismo de Izquierda”.

Entre un “mar de dudas”, que no puede ni debe convertirse en resignación de los actores institucionales involucrados, algunas certezas. Una que parece haber venido para quedarse: la necesidad de insistir en la aplicación de procesos de profesionalización policial sólidos y permanentes.

La Policía como institución se encuentra inserta en un entorno con el que se interrelaciona de manera constante. Es parte integrante de un sistema de seguridad provincial. No se encuentra aislada. Su función es brindar seguridad a la ciudadanía. Esta conforma ese entorno, organizada en comunidad, en instituciones (públicas, privadas, de la sociedad civil, medios de comunicación). Todos componentes de un cuadro social, de una realidad. Realidad social que es cada vez más compleja y dinámica. Siguiendo esta línea de pensamiento, el delito no es por su propia naturaleza algo objetivo y fijo. Y para abordarlo hay que tener en cuenta un contexto social más amplio.

Un ejemplo concreto: un incremento sostenido de los delitos informáticos prepandemia, que se ha vuelto exponencial en plena pandemia. Otra certeza: la multiplicidad de problemas de seguridad urbana –con la violencia como rasgo distintivo– ya advertidos en prepandemia y sostenidos durante el largo período de la pandemia.

En estos dos ejemplos –podrían citarse más–, emergen como pilares de la gestión de los recursos humanos policiales los procesos de selección y capacitación de sus integrantes. Implican para las autoridades a nivel gubernamental y de la propia institución policial un seguimiento y una atención permanentes. Incluso pensar modelos de gestión más flexibles y permeables ante contextos hipercambiantes, con mayores niveles de certidumbre y bajando el grado de improvisación.

De cómo se gestionen estos dos procesos está en juego, en gran parte, el perfil profesional policial. Los dos procesos deben estar conectados con la visión de la institución, en cuanto a cuál es “el policía” que se pretende. A esto deben ajustarse los procedimientos para la captación de recursos y los contenidos de la capacitación de quienes ya formen parte de la institución.

El aumento de la modalidad de delitos a través del uso de las nuevas tecnologías obliga a rápidas respuestas institucionales. Dependencias que hace pocos años eran subdivisiones deben ser elevadas a rangos superiores, como son el caso de los delitos informáticos y económicos, para poder contar con recursos humanos y materiales correspondientes –sobre todo una exigencia adicional en la capacitación de quienes ya revisten varios años de servicio en la temática–. Para el caso de problemas de seguridad urbana, con la violencia como rasgo distintivo, considerar especialmente el proceso de selección.

En nuestra provincia, en este contexto hubo que reconsiderar –entre otras razones que pusieron en tela de juicio este proceso– el plan de estudios de los ingresantes a la institución. Pasó de una duración de nueve meses a tres años, con la obtención de un título terciario especializado en actuaciones policiales. Allí obtiene relevancia la formación en el uso racional de la fuerza de los futuros agentes policiales.

Resultan claves cuestiones como la preparación al momento de tener que aplicar la fuerza, el nivel de entrenamiento que necesitan para hacerlo, sus conocimientos sobre la escala gradual del uso de la fuerza y su templanza para no cometer excesos y abordar profesionalmente una situación de violencia. Fundamentales para los ingresantes a la institución y que, por lo general, en su mayoría son citados en su primera experiencia laboral para formar parte de la Policía Barrial o en los denominados “patrullajes de infante o vigilancia de a pie”, que aumentan su proximidad con el ambiente o espacio urbano.

Y si bien se trata de no exponerlos en “zonas calientes o rojas”, la realidad indica que los problemas de seguridad urbana no son exclusivos de este tipo de lugares. Por el contrario, pueden emerger en cualquier sitio o momento: countries, discusiones en el tránsito vial, ruidos molestos entre vecinos, conductas agresivas en mascotas, violencia intrafamiliar, por citar sólo algunos ejemplos de situaciones en las que se puede demandar de actuaciones policiales. Para las cuales se requiere el mayor nivel de profesionalización policial, en todos los niveles y jerarquías, a los fines de poder afrontar de la mejor manera una realidad social cada vez más cambiante y problemática en su modo de relacionarse.

* Docente de la asignatura Recursos Humanos, Licenciatura en Seguridad del Instituto Académico Pedagógico de Ciencias Sociales. Universidad Nacional de Villa María