Desvaríos peligrosos

Si por décadas Latinoamérica batalló por la democracia, hoy asistimos al paradójico reverso de esa historia: ahora se lucha contra la democracia. Y por esas raras cuestiones difíciles de explicar, lo que se hace mal siempre da mejores resultados, tal como lo prueba el exitoso avance sobre las instituciones que se aprecia aquí y allá.

El punto nodal de la cuestión fue la marcha patotera convocada por Jair Bolsonaro –un remedo de aquel asalto al Congreso incitado por Donald Trump–, en la que el presidente brasileño con récord de pedidos de impeachment pretendió medir fuerzas con la Corte Suprema de Justicia y el Congreso mismo, tras haber re

comendado a sus fanáticos concurrir armados a las movilizaciones.

El motivo de la provocación no es banal, ya que la Corte Suprema ha avalado el avance de las numerosas causas penales que involucran al mandatario y a su familia. “O se adaptan o se van”, les dijo Bolsonaro a los jueces, tras ratificar su decisión de no reconocer la autoridad del máximo tribunal.

No hay originalidad en esto, ya que el mismísimo Adolfo Hitler se valió de las herramientas del sistema para llegar al poder y destruirlo desde adentro. Y lo había hecho mucho antes en Francia Luis Napoleón. Pero lo que preocupa en este caso es la reiteración continental de estos sesgos totalitarios vinculados con un populismo de derecha (que en nada difiere del de izquierda).

A vuelo de pájaro, se puede repasar el caso del salvadoreño Nayib Bukele, que hizo destituir a la Sala Constitucional de la Corte para obtener su derecho a la reelección; las diarias diatribas por momentos delirantes de Andrés Manuel López Obrador, cada mañana, atacando a todo y a todos; la agonía de Nicaragua y Venezuela; las manipulaciones de Evo Morales para hacerse reelegir y su posterior intento de torcer un resultado electoral. Y los desmañados intentos actuales para domesticar a la Justicia argentina.

Demasiados datos como para no suponer que las democracias están amenazadas desde adentro, en general por quienes se valen de ellas para escalar hacia el poder, aun cuando en el caso brasileño debe señalarse un dato auspicioso: la parada de Bolsonaro, importante pero no multitudinaria y estruendosa como se hubiera querido, no tuvo el peso necesario para convencer a quienes esperaban el resultado de la pulseada para elegir bando. Las fuerzas armadas hicieron silencio, la policía militar se contuvo y la sociedad política manifestó su enérgico rechazo junto al Congreso, la Justicia y hasta buena parte del empresariado, con lo que el presidente no dio una muestra de fuerza sino de debilidad.

Nos debería quedar claro, sin embargo, que estos tiempos de urgencias acuciantes no deberían distraernos de la cuestión de fondo: que aunque la democracia esté en deuda con buena parte de sus electores, ya que sus defectos han desmoralizado a no pocos, su pérdida implicaría la de la única herramienta que es capaz de mejorarse a sí misma, algo que ningún personalismo puede ofrecer.