Nuestro comentario de “J’accuse-El affair Dreyfus”, de Roman Polanski: letra chica

Nombre prohibido del cine a raíz de su pasado tumultuoso, Roman Polanski parece proyectar su propio caso en J’accuse-El affair Dreyfus, drama histórico bastante más inofensivo de lo que sugiere su alerta de Caballo de Troya.

La película sigue al coronel Georges Picquart (Jean Dujardin) en su afán inquebrantable por demostrar la inocencia del capitán judío Alfred Dreyfus (Louis Garrel), enviado a la remota Isla del Diablo acusado de traicionar a Francia. El filme, que arranca con el tenso juzgamiento de Dreyfus al aire libre, enfatiza en ese y otros deslumbrantes frescos colectivos –del Ejército, el pueblo, los tribunales– la ferocidad escenográfica social en contraposición a las letárgicas habitaciones burocráticas por las que transita el atribulado pero valiente Picquart.

Lo mejor de J’accuse es la primera parte, en la que el protagonista descubre que las pruebas manuscritas por la que Dreyfus fue inculpado no son de su puño. Un arte insospechado del espionaje óptico decimonónico se pone allí en juego, con pedacitos de carta vueltos a pegar, interpretaciones al ras de la hoja, lupas, lentes, superposiciones y transparencias que indagan en la letra chica, y personajes estrafalarios del rubro, como el grafómano Bertillon (Mathieu Amalric).

Es ahí cuando Polanski afina con destreza el tono de farsa, terror político y viñeta pictórica de la película, que comparte anacronismo autoral con filmes recientes como El topo, El hilo fantasma, Una serena pasión o El Gran Hotel Budapest.

“J’accuse - El affair Dreyfus”, de Roman Polanski.

En ese doble movimiento de planos con palabras enruladas y cuerpos pesados que se desplazan entre ventanas, cajones y muebles, Polanski parece preguntarse cómo se filma algo tan evasivo como el espionaje, dualidad en la que se dibuja la diferencia invisible entre verdad y mentira, falsificación y firma.

Sin embargo, hablar es factible, pronunciar lo que toda una estructura incita a callar (desde el subordinado al superior, de la opinión pública a la prensa) es una posibilidad que solo Picquart vislumbra y ejerce. “Si no dice nada, nadie lo sabrá”, le indican las autoridades militares con ánimo mafioso.

Esa contención verbal –del mal por omisión, de la omnipresencia de un sistema amparado en la simulación– se hace síntoma en numerosos tics, temblores y silencios que sacuden a ciertos personajes.

Picquart, como Dreyfus, se atiene éticamente a su rol (y aquí Polanski diría: al cine). Esa determinación heroica alcanza el justo cénit en un duelo de espadachín sigilosamente sangriento.

Para ver

J’accuse-El affair Dreyfus. Francia, Italia, 2019. Guion: Robert Harris y Roman Polanski. Dirección: Roman Polanski. Con: Jean Dujardin, Louis Garrel y Christophe Maratier. Duración: 126 minutos. Clasificación: Apta para mayores de 13 años, con reservas. En: Cineclub Municipal Hugo del Carril (bv. San Juan 49), hasta el 15/9.