Hablan los directores del corto cordobés que ganó en Bafici: Fue una sorpresa por la relevancia que tomó el triunfo
Los éxitos de recaudación y los premios en festivales son, o deberían ser, fenómenos ajenos al corazón estético de una película. En estos puede cifrarse un reconocimiento, un asentimiento por parte de muchas personas de que han visto algo especial en una película, aunque los números nunca son un argumento.
Como sea, el jurado principal de la competencia internacional de la última edición del festival Bafici eligió Mi última aventura como el mejor en esa competencia, la que agrupaba por igual cortos y largos, con los mismos derechos a ser premiados. Un filme cuya extensión no llega a los 20 minutos tiene que reunir algún mérito específico para sobresalir ante películas de mayor duración con otros valores de producción. ¿Qué habrá visto el jurado?
Si la historia de dos robos llamó la atención de cinco personas calificadas, se debe a que Mi última aventura, de Ramiro Sonzini y Ezequiel Salinas, no es sólo su argumento, sino también su forma. La luz, los cortes, los movimientos de cámara, el empleo del espacio, las elipsis constituyen una película sólida. No hay suerte en estos casos, más bien un razonamiento compartido que vindica una película por lo que es: una pieza breve de auténtico cine.
Los directores hablaron con VOS sobre el reconocimiento y cómo cranearon el filme.
–¿Cómo recibieron la noticia?
–Fue una sorpresa, no sólo por ganar, que es algo posible, sino por la relevancia que tomó el triunfo. Un corto que hubiera pasado inadvertido, de esta manera y en una ciudad como la nuestra, recibe atención de medios e instituciones que en cualquier otro escenario lo ignorarían. Hay en esto una evidencia flagrante del exitismo que a veces nos gobierna.
–¿Cómo fue el origen del proyecto?
–El origen del proyecto está en un cortometraje anterior de Ezequiel llamado Adiós a la noche, en el que ya aparecía este joven atravesando la ciudad de noche en la Flecha, su llamativa moto amarilla. Había en ese corto una manera muy particular de mirar la ciudad, donde las intensas y coloridas luces de la calle, reflejadas en la lluvia, contrastando con la densa oscuridad, le daban a la ciudad un cariz mítico; de repente Córdoba se veía un poco como las ciudades legendarias del cine americano. Empezamos a pensar una posible trayectoria para ese personaje, basándonos en experiencias y en anécdotas de amigos y conocidos. Queríamos que esa historia transcurriera por completo en la calle y de noche; que estuviera musicalizada con cuartetos de los ’80 y de los ’90. Por otra parte, nos propusimos trabajar sobre la base de un género cinematográfico clásico, contar una historia que se pudiera adaptar a ciertas convenciones de, en este caso, el policial.
–¿Por qué habría de ser el robo una aventura?
–Mientras trabajábamos en la película, fuimos armando una gran lista de canciones, una especie de universo musical que habitaban los personajes, dentro del cual una llamada Mi última aventura, aunque finalmente no quedó dentro de la banda sonora, nos terminó sugiriendo el título. Si bien en la película la “última aventura” se refiere más o menos explícitamente al primer robo, en un plano más subyacente uno puede encontrar una suerte de paralelismo con la aventura de la canción, una especie de vínculo amoroso entre los personajes: Jandro relata (en vez de cantar) con admiración la historia de su amigo Pelu (que es el objeto del relato). Entonces, la “aventura” quizás no sea tanto el robo en sí, sino la historia de amistad de los personajes.
–El otro eje de la película tiene una dimensión casi documental: el retrato de Córdoba. ¿A qué se debe la predilección de la noche para situar el relato?
–Fundamentalmente, la elección de la noche responde a la mirada sobre la ciudad que queríamos establecer y a las convenciones del cine negro americano de los años ’40. Esta es una historia que funciona mejor en las penumbras y en un espacio público cerrado y vaciado de gente. La ciudad tenía que ser un protagonista más.
–¿Cómo llegaron a hacer juntos una película?
–Como realizadores tenemos dos trayectorias diferentes, Ramiro como crítico y montajista y Ezequiel como director de fotografía; pero a pesar de eso tenemos un punto de partida bastante común. Aunque estudiamos en la UNC, nuestro punto de vista cinematográfico se forjó en los cineclubes de Córdoba; de hecho, así nos conocimos. Ezequiel en el cineclub La Quimera y Ramiro en el Cinéfilo. Cada cineclub tiene una perspectiva propia que inevitablemente modeló la manera de ver el cine y de entender su historia para cada uno. En algún punto esa confluencia alimentó a Mi última aventura de fuentes diversas. Tratábamos de imaginar una película que quisiéramos ver en uno de esos cineclubes, que nos permitiera interrogar el lugar y el tiempo en que vivimos y que nos habilitara un diálogo con las películas que nos interpelan y nos emocionan. A su vez, ver una película en un cineclub es un ejercicio de discusión permanente, casi como una sala de montaje.
–¿Cómo piensan “Mi última aventura” en el contexto del cine contemporáneo de Córdoba?
–Más allá del valor simbólico que implica el premio de Bafici, situarnos a partir de eso sería falso. Al fin y al cabo, hicimos una primera película, no escribimos una genealogía. Necesitamos trabajar mucho más, nosotros en particular y el cine hecho en Córdoba en general. El cine cordobés sigue debiendo muchas películas para considerarse a sí mismo contemporáneo, no solamente en términos históricos, sino cinematográficos.
Mi última aventura
Dirección, guion, edición: Ezequiel Salinas, Ramiro Sonzini. Fotografía: Ezequiel Salinas. Sonido: Federico Disandro. Producción: Ramiro Sonzini, Ezequiel Salinas, Eva Cáceres. Producción ejecutiva: Eva Cáceres. Compañía productora: Punto de Fuga Cine. Con Octavio Bertone e Ignacio Tamagno. Duración: 15 minutos. Para mayores de 13 años.
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