Encuentro y celebración: Francisco, protagonista de otra jornada histórica en Irak
Planicies de Ur (Irak). El papa Francisco atravesó un estrecho pasillo en Najaf, la ciudad sagrada de Irak, para una histórica reunión con el principal clérigo chiíta del país y, entre ambos, emitieron un poderoso mensaje de coexistencia pacífica en un país que todavía se tambalea por conflictos continuos en la última década.
En un gesto tan sencillo como profundo, el gran ayatolá Ali al-Sistani recibió a Francisco en su austera casa, tras lo cual dijo que las autoridades religiosas deben proteger a los cristianos de Irak y que los cristianos deben vivir en paz y disfrutar de los mismos derechos que los demás iraquíes. El Vaticano dijo que Francisco agradeció a Al-Sistani por haber “alzado la voz en defensa de los más débiles y perseguidos” durante algunos de los momentos más violentos de la historia reciente de Irak.
Al-Sistani, de 90 años, es uno de los clérigos más importantes del islam chiíta y sus escasas pero poderosas intervenciones políticas han ayudado a dar forma al Irak actual. Es una figura profundamente venerada en el país, un territorio de mayoría chiíta, y los integrantes de esta rama del islamismo de todo el mundo buscan sus opiniones sobre cuestiones religiosas y de otro tipo.
Horas después, el Papa se reunió con líderes religiosos iraquíes a la sombra de un símbolo del pasado antiguo del país: el zigurat de seis mil años de antigüedad en la planicie de Ur, también el lugar de nacimiento tradicional de Abraham, el patriarca bíblico venerado por judíos, por cristianos y por musulmanes.
Dichas reuniones interreligiosas son comunes en los viajes internacionales de Francisco. Pero en Irak, devastado por los conflictos, las reuniones televisadas de personalidades de todo el espectro religioso del país prácticamente son inauditas: desde musulmanes chiítas hasta suníes y cristianos, yazidíes y zoroastrianos, y las religiones más pequeñas y menos conocidas, antiguas y esotéricas, como los kaikai, una secta entre los kurdos étnicos. En la imagen faltó un representante de la alguna vez floreciente, y ahora prácticamente diezmada, comunidad judía, aunque sí fueron invitados, indicó el Vaticano.
Los dos principales eventos del día dieron un impulso simbólico y práctico al centro del mensaje de la visita de Francisco pidiendo que Irak aceptara su diversidad. Es un mensaje que el Pontífice espera que pueda preservar el lugar de la menguante población cristiana en la rica complejidad. Aun así, será complicado de hacerlo aceptar en un país donde cada comunidad ha sido traumatizada por matanzas y por discriminación sectaria y donde los políticos vincularon su poder a los intereses sectarios.
La reunión
En Al-Sistani, Francisco buscó ayuda de una figura ascética y respetada que está inmersa en esas identidades sectarias, pero también es una poderosa voz sobre ellos. La reunión en la humilde casa de Al-Sistani, la primera en la historia entre un papa y un gran ayatolá, tardó meses en prepararse, con cada detalle minuciosamente analizado y negociado de antemano.
Momentos antes, el pontífice de 84 años llegó en un Mercedes-Benz a prueba de balas a la calle Rasool de Najaf, estrecha y bordeada de columnas y que culmina en el santuario Imam Ali, de cúpula dorada, uno de los lugares más venerados en el islam chiíta. Luego caminó los pocos metros hasta la casa de Al-Sistani. Cuando Francisco entró por la puerta, portando mascarilla, se liberaron algunas palomas blancas en señal de paz. Salió poco menos de una hora después, todavía cojeando por un aparente brote de dolor en el nervio ciático que le dificultaba caminar.
La reunión duró un total de 40 minutos y fue “muy positiva”, dijo un funcionario religioso en Nayaf, quien habló bajo condición de anonimato porque no estaba autorizado a hablar con los medios.
Misa en caldeo
En otro hito producido durante su segunda jornada en Irak, Francisco se convirtió en el primer pontífice en celebrar en Bagdad una misa por el rito caldeo, a la que también acudió por sorpresa el presidente iraquí, Barham Salí, musulmán kurdo.
En su homilía dedicada a una feligresía cristiana diezmada que sumaba 4,4 millones de fieles en 1947 y hoy apenas llega a 300 mil, el Papa predicó sobre las Bienaventuranzas. “El amor hizo que los mártires salieran victoriosos de las pruebas, ¡y cuántos hubo en el último siglo, más que en los anteriores! El amor es nuestra fuerza, la fuerza de tantos hermanos y hermanas que aquí también han sufrido prejuicios y ofensas, maltratos y persecuciones por el nombre de Jesús”, expresó.
Se trata de la segunda ocasión que el Santo Padre celebra una Eucaristía en un rito oriental católico. La primera vez fue en 2019, durante su viaje a Rumania, donde presidió la Divina Liturgia en rito bizantino rumano con la beatificación de siete obispos mártires.
El rito caldeo incluye varias oraciones e invocaciones que no están presentes en el rito romano. En la liturgia de la Eucaristía, por ejemplo, el celebrante fracciona la sagrada hostia y la signa con la Sangre de Cristo en el cáliz mientras pronuncia una oración. También, en preparación a la comunión, los fieles y el celebrante hacen un momento de silencio, sentados, para examinar la conciencia y pedir perdón de los pecados, tras lo cual se pronuncia la oración de absolución.
En la celebración, marcada por las estrictas medidas de seguridad ante la pandemia y en la que el número de fieles no llegaba a 200, el Papa habló sobre la sabiduría y denunció que “a menudo quien posee más medios puede adquirir más conocimientos y tener más oportunidades, mientras que el que tiene menos queda relegado”. “Se trata de una desigualdad inaceptable”, manifestó.
No obstante, dejó claro que si bien para el mundo “quien posee poco es descartado y quien tiene más es privilegiado”, para Dios, en cambio, es lo contrario.
La agenda de hoy Cristianos en Irak
Hoy. El Papa viajará en avión a Erbil, capital del Kurdistán iraquí, donde será recibido en el salón VIP presidencial del aeropuerto de Erbil por las autoridades religiosas y civiles de la región autónoma de Kurdistán iraquí. Este punto se erige como el último refugio de los cristianos en Irak, en la región autónoma del Kurdistán, que consiguió su independencia en 1991 tras la primera Guerra del Golfo, un lugar donde, de momento, esta minoría es aceptada y tolerada.