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Cuba y las lecciones de la historia

Cuba hoy se enfrenta a su encrucijada más compleja desde los tiempos del denominado “período especial”, durante la década de 1990. Hoy, el país caribeño se debate entre los cambios y la continuidad, o la continuidad con cambios.

Los cubanos deberán resolver, intentando además reducir en la mayor medida de lo posible cualquier tipo de injerencia externa, qué destino quieren para su país.

Cuba es una nación extremadamente compleja, donde se entremezclan de manera permanente distintos factores que son difíciles de analizar para quien no conoce su historia, se esfuerza en reforzar sus prejuicios ideológicos o nunca pisó el terreno.

No es posible hacer análisis políticos basados en futurología. Y si bien cada escenario es único e irrepetible, las lecciones de la historia resultan útiles a la hora de ayudarnos a comprender como podrían desarrollarse algunos eventos.

Vladimir Putin supo decir sobre la disolución de la Unión Soviética, producida en 1991, que se trató de “la mayor catástrofe geopolítica del siglo 20”. Es que desató una “epidemia de destrucción”, donde “el ahorro de los ciudadanos fue aniquilado y los viejos ideales, destruidos”.

Este panorama caótico, lleno de violencia y corrupción, fue terreno fértil para el surgimiento de mafias, para la penetración del crimen organizado y la consolidación de un pequeño grupo de oligarcas que controlaban gran parte de la riqueza rusa.

La consecuencia inmediata fue una grave crisis económica y una caída brutal del nivel de vida, sólo comparable con lo sucedido durante la Gran Depresión en los Estados Unidos. A nadie le escapa la problemática del narcotráfico y las pandillas en la región de Centroamérica y el Caribe, algo de lo que, por ahora, Cuba es ajeno.

Uno de los grandes desafíos de quienes buscan una transformación de estructuras en Cuba es no perder los logros de la Revolución y evitar, a la vez, las consecuencias inmediatas de este tipo de procesos.

No hay elementos concretos, por estas horas, para afirmar que el sistema político cubano está a punto de dar un giro copernicano en el mediano plazo, mucho menos en el corto. Sin embargo, en caso de que efectivamente se produzca una transición hacia algún tipo de democracia liberal occidental, hay algunas opciones.

Puede suceder de manera similar al ya citado caso de la Unión Soviética; o, por el contrario, como en República Checa. Allí se produjo una transición pacífica, la llamada Revolución de Terciopelo, protagonizada por artistas e intelectuales como Vaclav Havel, con un Partido Comunista sólido que ofició de actor secundario. Se sostuvieron así algunos de los logros del sistema anterior y quedó una sociedad bastante más equitativa que la rusa de la década de 1990. Por supuesto, observar lo que sucede en el país sin tener en cuenta el interés extranjero sobre él, sobre todo el de los Estados Unidos, es hacerlo de manera, cuanto menos, miope.

Los manifestantes que exigen transformaciones en el sistema deberán evitar las tentaciones de caer en una inmersión sin concesiones en un capitalismo desenfrenado como el que se instaló en los países del Este tras la caída del Muro de Berlín.

Al mismo tiempo, para hablar de un cumplimiento pleno de derechos humanos en el país, primero hay que referirse a la necesidad de terminar con el embargo impuesto por Estados Unidos en 1960, y recrudecido con las subsiguientes leyes impuestas por las diferentes administraciones de la Casa Blanca. Sólo Washington y Tel Aviv se pronunciaron en contra del fin del embargo en una votación reciente de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Los tiempos han cambiado, y hoy, con la excepción de un puñado de fanáticos sobreideologizados, pocos defienden el neoliberalismo económico a ultranza de la misma manera que en 1990. Cuba más que nunca necesita de la sensatez de sus dirigentes, de sus ciudadanos y de la comunidad internacional.

* Experto en Política Internacional