Boca-River: un clásico para alejar o mantener fantasmas
El colchón de nubes oscuras todavía se sostiene en el cielo de Boca Juniors, ya sin amenaza de tormenta porque la tempestad ha pasado. Al costado del Riachuelo se sigue observando lejana pero vigente, aunque ya no tan agresiva aquella final en el Santiago Bernabéu, en la que un triunfo demasiado especial zarandeó todas las estadísticas y dejó en una posición sensiblemente superior a los primos de Núñez.
Aquella vez, River Plate ganó un partido (un campeonato) sabiendo, al igual que los xeneizes, que el que lo perdía rumiaría bronca durante varias generaciones. Hasta ahora sólo han pasado un par de años como para que se diluya el trauma.
Esa Copa Libertadores levantada en Madrid ante el mundo del fútbol mantiene su predicamento y, se acepte o no en la entidad de La Ribera, todavía ejerce influencia a la hora de vestirse en los vestuarios y de pisar el césped en el superclásico.
No en vano salió Carlos Tevez con voz fuerte y decidida para remarcar la condición de bicampeón doméstico de los auriazules y la necesidad de que en La Bombonera se haga respetar ese logro. La sensación en la previa del partido es que el aura sigue fijada con firmeza en la cabeza de Marcelo Gallardo, y que, a partir de su liderazgo, este River, ya con cuatro o cinco ausencias valiosas (Martínez, Quintero, Palacios, Fernández, Pratto) desde la gesta española, sigue manteniendo un juego que en las formas no difiere mucho de las que expuso en su momento de mayor esplendor.
Aun habiendo perdido ante Estudiantes y Argentinos Juniors, rindiendo la mitad de lo que mostró en la Supercopa Argentina ante Racing de Avellaneda, con jugadores a los que le está costando la adaptación al nuevo equipo, los Millonarios parecen llegar mejor perfilados precisamente porque sus maneras, si son aplicadas, y más en forma constante en los 90 minutos, no tienen parangón en nuestras canchas.
Habrá que ver si Jonathan Maidana sigue siendo el defensor pétreo de años atrás, en una línea en la que Damián Martínez mostró más fallas de lo que permite el actual estándar riverplatense, que ya sufre las ausencias de Gonzalo Montiel y Javier Pinola. Esta cuestión se atenuaría si desde el medio campo hacia adelante el funcionamiento mantiene su chispa y creatividad, empezando por Enzo Pérez, el hombre que juega en puntas de pie, siguiendo por Carrascal, De la Cruz, Suárez y Borré. Si eso sucede, Boca tendrá un partido difícil.
Pero ante Vélez, con mucha generosidad, mostró lo suyo. ¿Qué pasaría si el tándem colombiano Cardona-Villa sigue encendido? ¿Qué podría suceder si “el Apache” se enoja y juega al menos a un 70 por ciento de su mejor nivel? ¿Qué podría ocurrir si Boca decide sacarse definitivamente el estigma madrileño y convive en armonía con el recuerdo de una final que, aunque no lo quiera, seguirá siendo recordada por siempre?
En caso de perder, los extremos referirán en River al comienzo de la decadencia de un ciclo único lleno de éxitos, y en Boca, a la continuidad de una psicosis que desde diciembre de 2018 ha sacado de su eje a un equipo cuando tiene que enfrentar a su principal adversario. El triunfo garantizará la continuidad del proceso, por un lado, o la liberación de un tormento, por el otro. ¿Y el público? Seguiremos comiendo asadito con gaseosa.