Epidemia de problemas mentales

Desde 2010 las tasas de depresión y ansiedad adolescente se incrementaron un 50% en el mundo y las de suicidio, un 32%. Por aquel entonces, también aparecían los teléfonos inteligentes, responsables para muchos de los cambios mencionados aun cuando no haya para ello correlato científico cierto. “La generación ansiosa”, de Jonathan Haidt, es hoy best seller en Estados Unidos. Entrevistado por Andrés Oppenheimer, Haidt propuso que los padres prohíban a sus hijos usar teléfonos inteligentes antes de los 14 años y que se legisle para que los menores de 16 años no puedan abrir cuentas en redes sociales. “Los niños deben desarrollarse primero en el mundo real antes de permitirles trasladar sus vidas al mundo virtual”, afirma el psicólogo social de la Universidad de Nueva York.

Un artículo reciente publicado en El País, de España, recogía que el 71% de los baby boomers –como se conoce a los nacidos entre 1946 y 1964– jugaba regularmente en las calles mientras que hoy solo lo hace el 27% de los niños. Con la excusa de la inseguridad, hemos encerrado a los niños en sus casas, clubes o urbanizaciones cuando no podemos supervisarlos. Su formación en disciplinas como los idiomas, la música, el deporte o el baile copan sus horas, alejándolos del juego, limitando los intercambios sociales que antes tenían lugar en espacios públicos. El peligro acecha allí afuera, instalando también una perniciosa desconfianza entre vecinos.

Parecería incluso que esos riesgos no existiesen en lo nuevos espacios digitales de pseudo socialización, pues la supervisión parental siempre escasea, aunque los peligros sean muchas veces superiores a los de una calle. Los especialistas, lejos de estigmatizar el mundo virtual, simplemente destacan que este nunca podrá sustituir al mundo físico y que de los adultos depende que se puedan ofrecer otras alternativas a niños y jóvenes. Para los padres, que los chicos no salgan de casa puede ser más cómodo que tener que llevarlos al parque, alejándolos de compartir presencia física junto a pares y de desarrollar sus capacidades lúdicas poniendo el cuerpo.

Los juegos de infancia se ven sustituidos y las vivencias que conformarán cada personalidad adulta prescinden ya de los aportes de interactuar con otros físicamente, como lo harían en la calle. Hay estudios científicos respecto de cómo los mamíferos, de ratones a monos, se deprimen cuando se los priva del juego. Las pantallas han reemplazado el juego al aire libre y la virtualidad solo puede presentar modelos ficticios, una alteridad cargada de virtudes que menoscaba la autoestima juvenil, pues carece de los defectos que las personas reales no pueden disimular con filtros.

Muchas veces hemos difundido desde estas columnas los valiosos aportes del sabio pedagogo italiano Francesco Tonucci sobre la importancia de promover en las ciudades los espacios que necesitan los niños, respetando la convención que protege sus derechos. Ante la epidemia de problemas mentales que aqueja a más y más jóvenes, los padres deberían ser conscientes del valor de que los niños crezcan jugando con otros niños, sin que medien pantallas, como proclama Haidt. El simple sentido común indica que la adicción a la tecnología contribuye en muchos casos a desarrollar conductas y trastornos que deberían preocuparnos y ocuparnos más.

Resultaría vital que los padres tomasen conciencia de la importancia de que los niños jueguen con sus pares sin que medien pantallas que sustituyan al aire libreLA NACION

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