Antipolítica y antipayasada

El tratamiento mediático de la candidatura a legislador de un payaso vestido, pintado y con nariz de payaso no pudo salir del lugar común que relaciona a políticos y a políticas con payasos y payasas. Cuando se quiere criticar a una persona que trabaja en política, se dice que es un payaso o una payasa, de manera peyorativa. Al hacerlo, se desliza la idea de que payasos y payasas son algo negativo para la política y que esos universos debieran mantenerse separados y distantes.

Por ejemplo, la clase política es considerada payasa porque está ahí para distraer al pueblo y no para representarlo. O porque quienes la integran son farsantes que hacen de representantes del pueblo. Se dice, desde la política, que tal o cual político o política es una payasa o un payaso para descalificarlo por poner en ridículo al resto de los políticos y políticas (que, ya sabemos, son serios).

El caso de la candidatura del payaso Marulito se aprovecha de estos lugares comunes. Y va más allá: lanza una provocación antipolítica al sistema político. Para colmo, Mario Gabaglio (Marulito) en realidad no es payaso. Sólo se disfraza de tal. “Cuando me vean disfrazado de payaso en la Legislatura, será para denunciar a los que viven del Estado”, dice.

Acá estoy, imagina Marulito; así como me ven, vestido y pintado, con nariz de payaso, soy uno de ustedes y como tal vengo a decirles que todos ustedes son unos payasos. Y al hacerlo, de paso, denigra la actividad de las políticas y los políticos, y la de las payasas y los payasos. Antipolítica y antipayasada.

En lugar de asociar a la clase política con el oficio de payaso cuando lo que se quiere es criticar a políticas y a políticos, propongo un ejercicio diferente. Una provocación política, contrahegemónica, payasa. Aunque al principio parezca un poco boba. Propongo vincular a las políticas y a los políticos con las payasas y los payasos, pero en sus aspectos positivos, que son muchos.

Puesto así, no parece mucho. Sin embargo, comenzaríamos a ir en una dirección diferente, disruptiva y creativa, tratando que lo mejor del mundo payaso se cuele en el mundo de la política. Que tanta falta le hace.

Estoy convencido de que la dirigencia política sería mejor en el ejercicio de su actividad si se pareciera más a los payasos; si conocieran (y se reconocieran en) el universo poético payaso; si pudieran ver el mundo con ojos de payaso.

Los payasos y las payasas están del lado bueno de la vida.

En el mundo payaso, siempre hay que estar atentos a las necesidades de los demás. Payasas y payasos se nutren de la energía colectiva. Siempre hacen falta otras y otros. Siempre es con otras y otros. Siempre es para otras y otros.

Su energía sale del mismo pueblo para el que actúan, porque son parte de ese pueblo. Viven sus mismos dolores, sueñan sus mismos sueños. Los payasos son artesanos de un arte popular que se alimenta del pueblo que alimenta.

Las payasas y los payasos no se ríen de los demás. Se ríen de sí mismos para hacer reír a los demás; saben que son imperfectas e imperfectos, y se ríen de ello. Es esa imperfección la que permite la identificación.

En sus problemas, están los problemas de su gente. Y frente a los problemas, actitud payasa. Nada puede salir mal. Enfrentan grandes desafíos con épica de aventura y afán justiciero.

En el mundo payaso (a diferencia del mundo neoliberal), las cosas van mal, pero terminan bien. Y todo el mérito está en los errores: son especialistas del fracaso y eso les permite fracasar y tener éxito.

En el mundo payaso, manda la honestidad y la mentira siempre fracasa, aunque sea piadosa. La verdad es el material con el que trabajan payasas y payasos. Van con su verdad al frente para compartirla con su público, y es ese acto de verdad verdadera el que hace reír y llorar, y también el que invita a pensar los sinsentidos de la vida.

Viven siempre en relación tensa con los poderosos. Porque se ríen. Porque son desafiantes. Porque los ridiculizan. Porque no temen al peligro. La potencia política es propia del arte payaso.

Las payasas y los payasos siempre miran a los ojos, para dar y para recibir. Y para reír.

Son seres empáticos. Quieren gustar. Quieren ser queridos. Son amigos de los animales, de la naturaleza.

Las payasas y los payasos aman a niñas y a niños.

Saben sacar una sonrisa en los momentos más difíciles con increíbles efectos sanadores, todavía poco estudiados por la ciencia.

Las payasas y los payasos están en las plazas, en los circos, en los teatros, en las calles, en el cine y en la televisión. Pero también están en las escuelas, en los hospitales, en los campamentos de refugiados, en las tareas humanitarias o solidarias.

La clase política y la política misma tienen mucho que aprender del mundo payaso. Arte, gestión, política. No sería mala idea que las políticas y los políticos se preocupen por la vida de las payasas y los payasos, que conozcan los problemas que atraviesan las artes circenses, el teatro callejero, el teatro y los artistas independientes. Sería muy bueno para el mundo payaso, para el sistema político y para la sociedad toda.

* Diputado nacional y payaso vocacional