La inflación del 50% no perdona el “error de cálculo”

El virtual congelamiento de tarifas de servicios públicos en el área metropolitana de Buenos Aires (Amba), una política fiscal y monetaria más contenida en el primer semestre y el ancla cambiaria a pleno (dólar oficial subiendo al 1,2 por ciento mensual) lograron un primer resultado.

Luego del 4,8 por ciento de inflación en marzo, el índice de precios al consumidor (IPC) relevado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) a nivel nacional anotó 4,1 por ciento en abril y 3,3 por ciento en mayo, pero todavía acumula un 48,7 por ciento en los últimos 12 meses.

Los logros en este frente lucen muy modestos, dados los instrumentos en juego. ¿Por qué la tasa de inflación demoró en bajar? En realidad, ese no es el interrogante correcto.

La pregunta es: ¿hasta dónde habría escalado la inflación en estos meses si no se hubieran tomado medidas, particularmente el freno a la emisión montería de origen fiscal? Aun así, en los primeros cinco meses de 2021 el IPC subió 21,4 por ciento, a un ritmo anualizado de 59,3 por ciento.

Y esto ocurre en un contexto de represión de tarifas y precios y de moderación, sólo temporal, de partidas de gasto público (salarios, jubilaciones), que se revertirán en este segundo semestre.

Durante el “cepo original”, entre 2012 y 2015, la tasa de inflación osciló en torno al dos por ciento mensual, pero hubo picos superiores al cuatro por ciento, cuando el Gobierno tuvo que ajustar tarifas y devaluar.

En la versión actual del cepo, los riesgos son mayores, con la inflación en un andarivel que duplica el de aquella época. Las diferencias ya fueron anticipadas por la brecha cambiaria, que llegó a 120 por ciento en octubre 2020, comparado con el 45 por ciento promedio del período 2012-2015.

Hay fenómenos análogos en otras dimensiones. Los subsidios energéticos, medidos en términos del producto interno bruto (PIB), tardaron cuatro años para duplicarse en la época del “cepo original”, pero ahora se duplicarán en sólo dos años (entre 2019 y 2021).

De igual modo, los pasivos remunerados del Banco Central (Leliq y pases), que hacia 2015 sumaban el equivalente a 6,2 por ciento del PIB y se había casi duplicado en cuatro años, en 2021 podrían llegar a 12 por ciento del PIB, duplicándose en dos años.

Esto no es gratuito para el nivel de actividad, ya que mientras el stock de Leliq aumenta a un ritmo superior al seis por ciento mensual, los créditos al sector privado lo hacen por debajo del dos por ciento (negativo en términos reales).

La mayoría de las comparaciones con 2012/15 bosquejan un escenario más inestable.

De un lado, las expectativas de inflación están instaladas en el 50 por ciento anual, como lo refleja la tradicional encuesta de la Universidad De Tella.

Del otro, la fragilidad del mercado laboral y su impacto en el plano social, con una tasa de desempleo que, correctamente medida, se ubica en torno al 15 por ciento, cuando durante el “cepo original” osciló en alrededor del siete por ciento.

La persistencia de restricciones para la prestación de ciertos servicios, por el retraso en el proceso de vacunación, afecta todavía a sectores que representan el 35 por ciento del PIB, y los promedios ocultan las tremendas dificultades que sobrellevan cuentapropistas y trabajadores informales.

Ilustración Eric Zampieri

Impacto en el sector externo

A modo de compensación de esta fragilidad, se espera que el sector externo se configure como el lado fuerte de la economía argentina, de la mano de la suba del precio de las commodities y del incremento de 30 por ciento anual esperado para las exportaciones.

Se argumenta también que el tipo de cambio no se encuentra tan lejano de valores de equilibrio. Sin embargo, esta lectura es desafiada por una brecha cambiaria del orden del 70 por ciento, como la actual, y por otra serie de variables que vale la pena considerar:

A. Por las restricciones de circulación, el déficit de la cuenta de servicios reales del balance de pagos, que incluye turismo, se encuentra artificialmente contenido, en torno a los dos mil millones de dólares; cuando en épocas “normales” el rojo fluctúa entre siete mil y ocho mil millones de dólares

B. Las mediciones de tipo de cambio real utilizan el IPC como deflactor, pero ese indicador tiende a subestimar las presiones inflacionarias en épocas de congelamiento o represión de precios.

C. Las presiones inflacionarias subyacentes resultan más nítidas si se sigue la evolución del gasto público: aumenta 135,7 por ciento en pesos corrientes en 2021 respecto de 2019, unos 22 puntos porcentuales por sobre el IPC y casi 40 puntos porcentuales por encima de la variación del tipo de cambio oficial.

El sector externo no puede ser analizado sin tener en cuenta el andarivel en el que se mueve la inflación y lo que ocurra con los movimientos de entrada o salida de capitales (aun con cepo).

Con inflación del 50 por ciento, los incentivos a la dolarización se acentúan y esto se ve en la dinámica de las importaciones, con una sensibilidad a la variación del PIB mucho mayor que la de “épocas normales”.

La comparación con 2019 es elocuente, ya que con un PIB que en 2021 se ubicará cuatro por ciento debajo del de dos años atrás (en moneda constante), las importaciones llegarían a 58,9 mil millones de dólares este año, un 20 por ciento encima de los registros de 2019. El ratio importaciones/PIB alcanzaría a 14,0 por ciento, el más elevado de la década.

En parte, la suba de importaciones es también reflejo de la falta de incentivos a la producción local de productos abundantes y valiosos como el gas.

La cuenta de compras al exterior de gas, fuel, gasoil y gas natural licuado (LNG) estaría escalando a 3.550 millones de dólares este año y duplicaría el monto de 2020. Un shock en el país de Vaca Muerta.

De todos modos, en el balance del primer semestre el Gobierno ha retomado cierto control de variables relevantes. Achicó el déficit primario del sector público nacional a sólo 0,3 por ciento del PIB, mientras que el Banco Central recuperó reservas netas, de 3,3 mil millones de dólares a principios de año a 7,9 mil millones, al tiempo que cerró la posición vendida de dólares en el mercado de futuros.

De igual modo, se evitó el default con el Club de París, con un pago a cuenta de 430 millones de dólares.

Sin embargo, el horizonte económico sigue muy acotado y los vencimientos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para 2022, junto con el reciente compromiso con el Club de París, han activado una cuenta regresiva de 270 días, hasta fin de marzo.

Mientras tanto, los precios relativos se seguirán distorsionando (por el ancla de tarifas y dólar oficial) y no hay demasiadas garantías de lo que ocurrirá con el gasto público y el déficit.

Cerrar un acuerdo con el FMI obligará a corregir parte de la distorsión de precios relativos y a encontrar una fórmula para achicar la brecha cambiaria.

En 2014 ocurrió algo así, con devaluación y ajuste de tarifas, pero ese año el PIB cayó 2,5 por ciento. Por ende, cualquier escenario, con o sin las muletas del FMI, afectará las expectativas, y el 2022 se anticipará al calendario. La salida o la entrada de capitales, clave para el precio del dólar, estará pendiente de esos acontecimientos.

* Economista, vicepresidente del Ieral.