Pobreza, inflación y desempleo: un triángulo perverso

Pensar el día después es casi una pulsión. Apenas la pandemia mostró sus efectos demoledores, economistas de todo el mundo empezaron a proyectar cómo sería la salida de la crisis. Así aparecieron, bajo el clásico modelo de letras, las hipótesis de procesos con forma de V, de U o de L.

¿Cómo será ese sendero en Argentina? Hay un fuerte rebote agazapado detrás del arrastre estadístico que ya reflejan los datos desestacionalizados del estimador mensual del Indec en el arranque del año. Pero la segunda ola está empezando a mostrar sus dientes y la cuota de incertidumbre está de nuevo en ascenso.

El margen de reacción sigue siendo tan estrecho como en 2020, presionado por un contexto socioeconómico agravado y con deterioros simultáneos que no se habían advertido en ciclos anteriores.

Hace cuatros años, el economista Gastón Utrera construyó una serie estadística para explicar cómo la pobreza se relaciona con la inflación y el desempleo. Las conclusiones alumbran.

La evolución de la pobreza describió un movimiento similar en la década de 1990 y en los primeros 15 años de este siglo, pese a que el país pasó por modelos económicos muy diferentes.

En el primer caso, arrancó en 38 por ciento, con hiperinflación y bajo desempleo. El fin de ciclo, en 2002, fue sin inflación, pero con altas tasas de pobreza (52 por ciento) y de desocupación (21 por ciento).

El segundo, que va de 2003 a 2015, heredó el alto nivel de pobreza, que fue bajando a medida que también descendía el desempleo, pero terminó con más pobres (alrededor de 30 por ciento) y precios con alzas arriba del 25 por ciento anual.

“Ambos procesos tienen entre sí cierta simetría opuesta, algo así como dos ciclos puestos en el espejo al considerar el desempleo y la inflación”, razona Utrera.

En otros términos, en los dos casos se solucionó en pocos años el problema heredado (hiperinflación en la década de 1990; alto desempleo en 2002), pero se terminó legando otro drama (desempleo en los ’90 e inflación en 2015). 

Utrera fue más allá, al integrar inflación y desempleo en una sola variable –la bautizó como “índice de malestar”– que, contrastada con la evolución de la pobreza, corre paralela.

La encrucijada muestra la peor combinación. En la conferencia de prensa virtual desde Washington, en la que dio a conocer el nuevo informe de Perspectivas Económicas Globales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) tiró una de cal y una de arena.

Por un lado, mejoró su pronóstico de evolución económica para la Argentina (aunque por debajo de lo que espera el Gobierno); por el otro, mantuvo la luz de alarma encendida por la inflación, un fenómeno que el organismo no termina de encastrar en su manual monetarista.

Gita Gopinath, quien está al frente del Departamento de Investigación del FMI desde octubre de 2018, dijo que la inflación es muy elevada y que las expectativas no están bien ancladas aún. Lo refleja la generosa brecha del 29 por ciento anual que postula el Gobierno, frente al 48 por ciento que espera el mercado.

Utrera advierte que la base monetaria es seis por ciento mayor que un año atrás, aunque no descarta que la inflación ceda en los próximos meses por dos factores: tipo de cambio aplacado y una eventual fase de adelanto de aumentos que habría ocurrido en el primer trimestre.

De todos modos, el problema más grande no es corregir, sino sostener la corrección. Eso demanda un marco institucional de reglas de juego en la política, para no autosabotear el camino de salida.

Paicor. Con más de tres décadas, es el programa social más antiguo de Córdoba. (La Voz/Archivo)