El Autotrol, la modernidad y la nostalgia

Dos cabeceras con pantallas leds de última generación y alto impacto visual para amoldarse a los tiempos modernos. En los últimos años, el estadio Mario Kempes no sólo cambió de nombre, sino también mudó su aspecto. Desde 2011 a esta parte, cuando se remodeló su estructura con cirugía mayor, nuestro principal escenario ha ido mejorando su fisonomía, acompañando las necesidades y la evolución de los recintos deportivos a lo largo de más de cuatro décadas.

Desde lo más alto de las tribunas Artime y Willington, hoy dos nuevos huéspedes del estadio relucen con el brillo de sus 13,44 metros de largo por 7,68 de alto, inaugurados en ocasión de la reciente final entre Defensa y Lanús. Mucho glamour, imagen perfecta y una potencialidad que, en el marco de estadios vacíos por pandemia, aún no se adivina.

Pero existe un comentario recurrente cada vez que un visitante pisa el Kempes: “Están lindas, pero ninguna se compara con la majestuosidad del Autotrol”. La frase, qué duda cabe, pinta de cuerpo entero el espíritu nostálgico del futbolero argentino. No reniega del progreso, pero a su vez añora el ayer. Es que quienes fueron testigos de la presencia del viejo tablero electrónico, difícilmente olviden su imponencia.

“Expresión acabada de formidable cibernética es el tablero electrónico de anuncios visuales instalado en la cabecera norte del Estadio”. Así describió La Voz, en su edición del 4 de mayo de 1978 al tablero electrónico que, después de 32 años de servicio, fue demolido en cuestión de segundos, luego de que la modernidad le dictó la pena capital en 2010.

El gigante de 22,54 metros de ancho por 10 de alto había sido la vedette de aquella jornada inaugural del 16 de mayo de 1978, cuando se presentó en sociedad. Y en eso les ganó por goleada a sus herederos actuales, que tuvieron su estreno con limitaciones y ante un puñadito de hinchas. En 1978, el Autotrol tuvo más miradas que las gambetas y los goles de Kempes y desde entonces los hinchas lo incorporaron como un aliado fiel: en su pantalla se informaban los goles de los otros estadios, el tiempo de juego, se publicitaba, además de otros detalles “domésticos”, como recomendaciones de comportamiento o paradero de un niño extraviado.

El Autotrol, como lo bautizaron en la época porque ése era el nombre de la firma nacional encargada del armado del tablero en sí, importado de Estados Unidos a la empresa Stewart Warner, que ya había deslumbrado con su instrumentación en Alemania ’74.

Las lámparas eran operadas por componentes de circuitos integrados de electrónica de alta velocidad y contaban con una computadora “titular” y otra “suplente” (ambas gigantescas), de manera tal que el servicio no se interrumpa.

El sistema tenía también la chance de incorporar dibujos, pero salvo el logo del Mundial ’78 y un polémico tanque de guerra, su aprovechamiento fue casi nulo, al igual que la base de datos con las estadísticas mundialistas y otros detalles adquiridos con su licencia por la dictadura.

En sus días de estreno, Carlos Schein fue el operador de turno encargado de mostrarles las bondades del tablero a los periodistas, mientras que Mario Luna leía la información adicional publicada en las pantallas. Aquel gigante de cemento con 10.500 lamparitas sobrevive, en versión reducida, en una de las salas del Museo Provincial del Deporte, donde vuelve a cobrar vida con sus lamparitas analógicas.

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